Carmen -nombre protegido- es una niña de dos años. La mayoría de los niños
a su edad está jugando en un parque, viendo videos animados en YouTube o en sus
cuartos, abrigados, escuchando el cuento que sus padres les leen antes de
dormir.
Para ella la vida transcurrió a un ritmo distinto. El espacio en que
creció y se desarrolló fue la calle. En esta jungla de concreto el relato
fantástico era su propia aventura, que parecía una misión imposible: vender en
los semáforos todos los tangos que le había dado su mamá. El dinero recolectado
servía para que sus padres le compraran una funda de frituras y una cola,
mientras ellos conseguían otras dosis de sus propios vicios. Su tarea de
comerciante variaba y le tocaba ser de niñera de su hermanito más pequeño.
Aún hay fines de semana en los que vuelve a esta rutina. Sin embargo,
desde hace algunos meses, tuvo la oportunidad de ingresar a un Guagua Centro y
experimentar lo que es tener una infancia normal. Llegó, según recuerdan las
maestras, con gastritis crónica y con un peso inferior al que debía tener.
Sentía temor de relacionarse con sus compañeros y era agresiva con quien
intentaba acercársele. Con el cuidado requerido y el cariño de las tutoras,
Carmen logró derribar barreras y superar la desnutrición.
Mi hija mayor conoció a Carmen y a la abuelita, una recolectora de
material de reciclaje, y me contó que el caso es uno de los 10 mil que se han
beneficiado de la existencia de estos espacios adecuados por el Municipio, en
los que se brinda atención a niños entre uno a 5 años de edad, que pertenecen a
familias de escasos recursos en diferentes sectores de la ciudad. No se ha
discutido qué sucederá con este proyecto en la siguiente Alcaldía, pero es un
punto de debate necesario, más si se entiende a la niñez como una prioridad…
Roque Rivas Zambrano
***
***