Empieza un nuevo año y, con él, se hace más fuerte el deseo de que la
situación del país mejore, a pesar de lo incierto que se ve el panorama.
Es un tema común, en las conversaciones casuales, “lo difícil que está
ganarse el pan de cada día” en medio de crisis que atravesamos y de las pocas
fuentes laborales. Hace unas semanas, cuando me transportaba en un taxi, el
conductor me comentó que en octubre del año pasado despidieron a su esposa de
la institución pública en la que trabajaba, por lo que le tocó doblar turnos
para solventar los gastos de su familia hasta que su pareja vuelva a conseguir
algo. También conversé con una periodista a la que habían despedido del medio
que laboraba justo en noviembre del 2019 y que, desde entonces, había aplicado
a numerosas ofertas sin éxito.
Ni hablar de la cantidad de exestudiantes con los que me he encontrado
que no tienen un empleo de acuerdo a su preparación y que, ante la dificultad
para ejercer su profesión, optaron por salir adelante vendiendo cosméticos,
preparando comida, haciendo trámites, intentando emprender negocios propios.
Todas las historias no son coincidencia o cuestión de percepción. Según estudios
realizados por Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Inec), Ecuador
llegó al nivel más alto de desempleo de los últimos tres años. Alrededor de 5
millones de ciudadanos no tienen empleo adecuado.
Quito, al ser la capital, es una de las ciudades más críticas, marcada
por un considerable aumento del subempleo. Según el Inec, la tasa pasó de 9,4
al 12, 4 por ciento. La masiva migración y la reducción del aparato
estatal-eliminación de ministerios, secretarías, viceministerios,
subsecretarías y coordinaciones generales- dejó a muchos profesionales sin
ocupación y en una completa incertidumbre. Estamos en un momento en el que si
una puerta se cierra no existen otras por abrir.
Roque Rivas
Zambrano
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