miércoles, 23 de enero de 2019

Insta periodismo

Mariliana Torres, periodista

Mariliana Torres, Metro de Puerto Rico.- En periodismo, narrar los hechos tal como han ocurrido, requiere que la observación sea detallada e inmaculada. Los cambios acelerados en la profesión han ocasionado que se modifique la manera de trabajar y entregar la información. Le pregunté a algunos estudiantes de periodismo cuál era su manera preferida para difundir información y todos coincidieron en que las redes sociales. De todas las existentes, me recalcaron que Instagram, como plataforma de comunicación, era la mejor manera para exteriorizar la verdad en carne y hueso. En una búsqueda (no científica) puedo coincidir en que utilizando esa herramienta se acercan más a su estilo de vida y su gusto por la imagen para contar lo que está sucediendo.


***

Mariliana Torres, Metro de Puerto Rico.- El presente del periodismo es el teléfono móvil. Apenas nos estamos acostumbrando. Pero estoy pensando que en 10 años el periodismo pasará por más transformaciones. En el olvido han quedado las libretas de apuntes y las grabadoras tradicionales para dar paso a todo aquello que nos adelante o transforme la información en inmediatez. Arropados y algunos agobiados por la era digital, cámaras diminutas, Periscope y las redes sociales me pregunto: “¿Qué mas podremos esperar y aprender?”. Me parece que todos los periodistas debemos estar preparados y no temerosos de la revolución informática, porque apenas hemos sido testigos de sus primeros cinco minutos de rebelión.

***

Mariliana Torres, Metro. Hoy día, las historias periodísticas se cuentan visualmente. El texto acompañado de imágenes hace que el receptor comprenda mejor la historia. En momentos en que el periodismo está sufriendo uno de sus peores años por despidos, cierre de empresas periodísticas y golpe a la imagen del periodista, una narrativa visual emerge para mostrar opciones.

***

Juan Pablo Illanes, El Nuevo Día.

Por Juan Pablo Illanes, El Nuevo Día. A mediados de la década de 1970, una llamada telefónica internacional comenzaba con quince días de anticipación. Como estudiante recién casado, desde Estados Unidos enviaba una carta señalando el día, la hora y los participantes esperados. Además, indicaba la señal previa: tres campanazos, corte y luego de un lapso bien determinado, la llamada. Entonces, uno miraba el reloj para contar los tres minutos exactos, no fuera que el telefonazo nos derrumbara el presupuesto. Y comenzaba la lista de temas para tratar de impedir que la comunicación se fuera en: ¿cómo están? Bien ¿y ustedes? Bien. Y ¿cómo está la mamá? Bien. Y así hasta perder buena parte de los valiosos segundos en que había invertido mis haberes. Hoy, con mi hijo desde Canadá hablamos mirándonos las caras todos los días.

***