sábado, 18 de junio de 2016

Carta al padre


Queridísimo padre:

Hace poco me preguntaste por qué digo que te tengo miedo. Como de costumbre, no supe darte una respuesta, en parte precisamente por el miedo que te tengo, en parte porque para explicar los motivos de ese miedo necesito muchos pormenores que no puedo tener medianamente presentes cuando hablo. Y si intento aquí responderte por escrito, sólo será de un modo muy imperfecto, porque el miedo y sus secuelas me disminuyen frente a ti, incluso escribiendo, y porque la amplitud de la materia supera mi memoria y mi capacidad de raciocinio.

A ti la cosa siempre te ha resultado muy sencilla, al menos en la medida en que has hablado de ella delante de mí y delante -indiscriminadamente- de muchos otros. Tú piensas más o menos lo siguiente: has trabajado a destajo tu vida entera, lo has sacrificado todo por tus hijos, muy especialmente por mí, lo que me ha permitido vivir «por todo lo alto», he tenido completa libertad para estudiar lo que me ha apetecido, no tengo motivos de preocupación en cuanto al pan de cada día, o sea, no tengo motivo alguno de preocupación; tú no has exigido a cambio gratitud, conoces “la gratitud de los hijos”, pero sí al menos una cierta deferencia, alguna que otra muestra de simpatía; en lugar de eso, yo siempre me he escabullido de tu presencia, refugiándome en mi habitación, en los libros, en amigos chalados, en ideas exaltadas; nunca he hablado abiertamente contigo, nunca me he puesto a tu lado en el templo, jamás te he ido a ver a Franzensbad 1, ni en general he tenido nunca espíritu de familia, no me he ocupado de la tienda ni de tus demás asuntos, te he endosado la fábrica2 y después te he dejado plantado, a Ottla3 la he apoyado en su caprichosa testarudez y mientras que por ti no muevo un dedo (ni siquiera te traigo entradas para el teatro), por los amigos lo hago todo. Si resumes lo que piensas de mí, el resultado es que no me echas en cara nada propiamente inmoral o malo (a excepción tal vez de mi último proyecto matrimonial), pero sí frialdad, rareza, ingratitud. Y me lo echas en cara de una manera como si fuese culpa mía, como si yo hubiese podido cambiarlo todo con sólo dar un giro al volante, mientras que tú no tienes la menor culpa, como no sea la de haber sido demasiado bueno conmigo…

Carta al padre

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Por todo el continente se ha retratado la figura paterna desde distintas perspectivas.


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Manuales...


Hace dos años presenté en la Facultad de Comunicación Social (Facso) un ensayo titulado ‘Diez pasos para escribir una crónica’. Subí el texto a la plataforma de academia.edu, que sugirió la Universidad Central a los profesores para que publiquen sus trabajos. Casi 82 mil periodistas en el mundo lo leyeron y desde entonces ha estado en línea.

En marzo del 2016, la guía para elaborar entrevistas periodísticas que presenté formó parte del contenido de la ‘Revista’, que publica semestralmente la Facso.

Llevo veinte años de docente y siempre indagué sobre el material disponible para la enseñanza del oficio. Algunos colegas publicaron sus investigaciones, reportajes o reflexiones, pero no encontré libros con estrategias para hacer periodismo. Por lo tanto, hace dos años solicité en La Hora permiso para hacer realidad este objetivo.

El primer manual que terminé contiene 280 páginas de material bibliográfico sobre cómo escribir una crónica. El segundo, destinado a la enseñanza de deontología periodística, incluye la discusión sobre los códigos de ética que usan los reporteros en todos los continentes. En los dos libros anexo columnas que fueron publicadas en el transcurso de 30 años en La Hora.

En mi interés por que los estudiantes accedan a este material hablé con autoridades de la Facso. Ofrecieron publicar los manuales. Han pasado siete meses y no se concreta la oferta. ¿Qué sucede en la Facultad? Uno de los hechos extraños, además de la tardanza en los trámites, es que cierran los baños sin previo aviso. Los 1.200 estudiantes tienen que idearse cómo resolver sus necesidades básicas. Ante este panorama, un profesor dijo que no quedaba más que acudir a los potreros, llantas de los autos, troncos de árboles y patios. Estoy de acuerdo. ¿Y las estudiantes?

Roque Rivas Zambrano
roque@lahora.com.ec
roque1rivasz@gmail.com
salvataje@yahoo.com


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