Debo hablar de la inseguridad. Es necesario cuando he leído varias
noticias que me pusieron la ‘piel de gallina’. Dos individuos en moto, en el
norte de Quito, dispararon antes de robar: una de las víctimas, a la que le
lastimaron la pierna y quitaron la mochila, terminó en el hospital; y la otra,
a quien le arrancharon el celular, no sobrevivió a la bala que destrozó órganos
vitales.
Me encontré con el caso del hombre que fue hallado en su habitación,
nadando en un charco de sangre, después que el ladrón lo asesinara para
llevarse su televisor pantalla plana. Tuve que escuchar, apenado, la historia
de mi vecina, que se dedica a arreglar ropa, y a la que un supuesto cliente
drogó para sustraer sus máquinas de coser y arrebatarle las joyas que empeñaba
en sus emergencias económicas.
Las redes no están exentas de estas experiencias: un contacto publicó
que le robaron la billetera y que días después asaltaron a sus hermanos, al
puro estilo de los atracos de películas gringas. Atemoriza enfrentar estas
narraciones porque no es coincidencia.
La delincuencia es real y responde al deterioro en la calidad de vida de
la gente, que tiene que lidiar con problemas graves como el desempleo y lo
inalcanzable que se vuelve adquirir lo necesario para vivir. De acuerdo con la
Policía Nacional hay un incremento del número de asesinatos y de delitos del
2018 al 2019. Por ejemplo, el número de homicidios o muertes violentas creció
de 543 a 595. El robo a personas de 14 mil 313 a 15 mil 477.
Estas cifras evidencian que la inseguridad no es solo una cuestión de
percepción. Y, aunque este texto no fue escrito con ánimo de alarmar, sí
pretende alertar y hacer un llamado a la organización, que es el arma que queda
ante la falta de respuestas urgentes a esta preocupante situación...
Roque Rivas
Zambrano
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