“En esta Facultad cómo pelean”; así me contaba mientras
barría uno de los pasillos. Cuente, cuente: ¿quién, cómo, dónde, por qué? “Se
dice el pecado, pero no el pecador”. Pero, Pedrito, usted sabe que acá los
comunicadores de todo hacen noticia. “Usted ya se debe imaginar, no se haga. A
veces las peleas entre docentes me hacen acordar a pasión de gavilanes”. Y se
reía sin mencionar a ningún pecador.
Pedrito, hágase un bien. Me han cerrado la puerta estos
guambras. “No les aburra pues, Huguito”. Y se reía. Una vez, mientras
descansaba en las gradas cerca de la biblioteca, recordaba que ya eran casi 25
años de trabajar ahí. “Aquí los chicos y las chicas son bien inteligentes,
tienen criterio, y lo bueno es que son del pueblo, ¿no cierto? Y saludan, son
educados. ¿Y por quién votó? Usted tiene pinta de ser correísta, ¿o es chino?
¿o Conaie? Aunque me cuentan que usted de todos se queja; es un saco de
quejas”. Y se reía.
Una vez, hace muchísimos años, coincidimos en un evento
social en Carapungo. Yo tenía que recrear a unos niños, y él, junto a su
familia, se encargaban de la alimentación y la limpieza. Cuando se terminó el
evento, me brindó una copa de licor, mientras me decía: “chistoso ha sido
usted. ¿Con estas chauchas se paga la Universidad? Dejará una tarjetita para
recomendarle”. Y se reía. Como se reía cuando miraba estudiantes suplicando a
alguna profesora porque le faltaba un punto. Cuando algún docente se olvidaba
de timbrar, o cuando sorprendía in fraganti a uno o dos o tres alumnos,
haciendo alguna travesura propia de su edad, en los baños. “Son terribles. Yo
de papá les mando a trabajar”. Y otra vez se reía.
Hoy que el Pedrito se nos fue, las llaves sonarán de la nada, y nos recordarán a un hombre que, con su sencillez y su don de gente, supo ganarse nuestra admiración. ¡Buen viaje, Pedrito! Guardará las llaves de cada docente, de cada trabajador de la Facso, para que cuando nos llegue la hora, las puertas -rojas, negras o blancas- se abran con su eterna sonrisa.
-Pedrito acolite, le dije.
-No puedo, me dijo.
-Yo me hago responsable, usted me dice hasta donde, hasta
cuándo y cuánto.
-Bueno, pero no me haga quedar mal.
Así lo conocí, nos hicimos amigos y se convirtió en
aliado, en cómplice y el as bajo la manga que aparece cuando todo parecía estar
perdido. La dirigencia estudiantil, en la compleja FACSO, no hubiera sido lo
mismo sin el Pedrito y el Juanito (jubilado), su compañero de labores. El
FotoClub, la primera etapa de Radio FACSO y el Club de radio, las Asos en que
estuve, los eventos académicos y hasta las fiestas en el patio dependían más de
Pedrito y Juanito, que del mismo Decano.
Desde prestarnos un aula para los talleres vacacionales,
hasta dejarnos subir al techo del edificio para descender a rápel, Pedrito se
la jugaba con nosotros. Desde informarnos cuales son los profes fregados hasta
quedarse con nosotros limpiando el patio después de las fiestas, Pedrito
siempre estaba. Hombro a hombro cargamos las cajas de libros desde el Centro
Integral de Información cuando recuperamos la Biblioteca para la FACSO. Juntos
lavamos brochas y trapeadores en las mingas para reactivar la Radio. Defendimos
juntos al gremio de empleados y trabajadores de la UCE y a las “señitos” de los
caramelos. Podría seguir contando aventuras, pero prefiero detenerme aquí, para
quedarme con estos lindos recuerdos.
Un ser extraordinario, sencillo, honesto y respetuoso,
siempre dispuesto a ayudar. Con esa fotografía me quedo del mejor aliado que
tuve durante mi paso por la FACSO.
En paz descanse Pedrito Simbaña.
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