jueves, 20 de agosto de 2020

Una rubia, mi papá y el periodismo

Genaro Mejía, periodista mexicano.

Genaro Mejía, Ídigo. Un instinto secreto me hizo voltear hacia la ventana y distraerme de la explicación que daba mi profesor de matemáticas esa mañana. Lo que pasó caminando por el pasillo, casi flotando, como un hechizo, era una rubia, alta y esbelta, de ojos verdes que sonreía a diestra y siniestra como si tuviera sonrisas para regalar hasta la eternidad. 

Era mi segundo semestre en la prepa y nunca había visto una mujer tan distinguida, que caminara con ese porte y esa seguridad. Mi yo adolescente de solo 16 años ya no pudo entender nada el resto de la clase. 

Ese mismo día averigüé quién era ella: la nueva maestra de periodismo para uno los talleres extracurriculares que nos obligaban a tomar tres veces a la semana. Hasta ese día no sabía qué taller tomaría: había desde música andina y danza clásica hasta futbol americano. 

Siguiendo mi curiosidad por la rubia, entré a la clase muestra de periodismo para ver si, además de la maestra, también me gustaba de qué iba aquel taller. Fue entonces que ocurrió: me quedé hipnotizado al escucharla hablar de lo que era su profesión, su oficio. 

Habló con tanta pasión de lo que hacía, de buscar datos, entrevistar personas, viajar y conocer lugares que sentí un vértigo en la panza y supe que yo quería dedicarme a eso el resto de mi vida. 

Esta es la versión más romántica de porqué me convertí en periodista. Me encanta contarla cuando se puede porque es chusca y provoca risas entre quienes la escuchan, pero existe otra versión de los hechos que me llevaron hasta el periodismo. 

La verdad es que desde niño me refugié en los libros ante mi extrema timidez, mi incapacidad de relacionarme con los demás y mi miedo ante el abuso de varios de mis compañeros. En ese entonces no se hablaba de bullying, pero créanme yo era el niño más burlado y humillado de mi generación. Tenía todo para serlo: gordito, de cachetes inflados y el más nerd entre los nerds. 

Esa timidez y amor por los libros me distanciaron desde siempre de mi papá, quien esperaba de su hijo primogénito a alguien más parecido a él: dicharachero y macho, de esos que se meten debajo de los autos a ensusiarse de grasa, que aman las herramientas y que tienen todas las respuestas. Yo, lejos de eso, era retraído, escribía poemas y le hablaba a los árboles. Lo decepcioné. 

Fue en la prepa, al enterarme que existía este oficio llamado periodismo, que había llevado a tantos escritores, como Gabo y Juan Rulfo, a ser famosos escritores, que encontré el camino que me llevaría a “ser alguien”, sobre todo, alguien que mereciera ser amado por mi padre. 

Los años, la vida y la terapia me enseñaron esta verdad, pero también me enseñaron que mi padre siempre me amó, aunque yo sintiera que no. También con los años me di cuenta de que me parezco más a mi papá de lo que jamás pensé. 

Hoy, que inicio este espacio semanal en Reporte Índigo para contar historias de y para emprendedores, me parece buen momento para reconocer que gracias a ese sentimiento de desamor me hice periodista. Y también es un gran momento para decir: Gracias, papá.


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