Las barras que se escuchaban en la sala de reuniones del Mercado de
Solanda sonaban igual que oraciones en una sesión religiosa. Sin embargo,
quienes las coreaban no le rezaban a ninguna deidad. Los hombres de traje y las
mujeres con vestidos de lentejuelas estaban de fiesta. El set de reguetón solo
se interrumpió para corear el nombre de la pandilla. Bastaron horas para que la
celebración se convirtiera en un campo de batalla.
Uno de los asistentes, que irrespetó los códigos internos, fue expulsado
de la reunión. Llegaron al lugar más personas que empezaron a atacar con
piedras a quienes estaban dentro de la sala. Los invitados respondieron
lanzando las sillas de plástico y lo que tuvieran a la mano. Los vecinos del
sector grabaron con sus celulares estos hechos.
Algunos afirman que había individuos en moto con pistolas y que en la
riña apuñalaron a un hombre. La Policía llegó una hora más tarde, cuando ya
todo se había disipado y solo quedaban los rastros de la guerra: vidrios rotos,
sangre en la vereda, restos de plástico y botellas. Según se dice -y es notorio
por grafitis en las paredes- las pandillas están reapareciendo en el barrio.
Este evento preocupa a los habitantes de Solanda, quienes sufrieron, en
décadas pasadas, las consecuencias de grupos que se enfrentan por el control
del espacio. Si bien en el 2000 estas agrupaciones adquirieron presencia, fue
entre 2011 y 2012 que los medios reportaron una ola de violencia que cobró
vidas.
Quienes vivieron esa época, y fueron testigos de sangrientas
confrontaciones, coinciden en que este tipo de problemas surgen ante la falta
de espacios culturales para que los jóvenes puedan socializar y aprender cosas
nuevas o practicar deportes. Las pandillas no solo contraatacan, también son un
síntoma de una sociedad empobrecida, violenta y excluyente.
Roque Rivas Zambrano
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