Los manifestantes rompen equipos de televisión frente al
Capitolio de los Estados Unidos el miércoles 6 de enero de 2021 en Washington.
(Foto AP / Jose Luis Magana).
Poynter. “Asesinen a los medios de comunicación”, esas fueron las
palabras grabadas en una puerta del edificio del Capitolio durante el ataque
del miércoles. En el interior, los reporteros se refugiaron en oficinas
legislativas mientras los partidarios del presidente Donald Trump saqueaban el
edificio. Ellos cubren signos de prensa por temor a lo que sucedería si los
encontraban. Algunos entraron en la mafia para documentar los disturbios y se
encontraron con violencia. Mientras tanto, sus colegas afuera del edificio
quedaron expuestos. Con poca presencia policial, los periodistas se encontraron
cara a cara con personas que pedían la destrucción de las mismas instituciones
para las que trabajaban. Los alborotadores escupieron a los periodistas y
lanzaron insultos. Persiguieron a los periodistas y destruyeron su equipo.
Varios reporteros fueron agredidos físicamente.
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Por Joan Barata, Libertad de Información. El asalto del Capitolio ha sido sin duda
un hecho sin precedentes en la historia reciente de los Estados Unidos. Los
tumultos del día 6 de enero han espoleado un debate jurídico y político
importante acerca de la necesidad de inhabilitar o destituir al presidente
Donald Trump solo unos pocos días antes de la toma de posesión de su sucesor
Joe Biden.
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Por Iván Schuliaquer, Télam. Twitter y Facebook bloquearon
publicaciones de Donald Trump y suspendieron su cuenta. El aún presidente de
Estados Unidos es antidemocrático, su trayectoria política no deja dudas. Sin
embargo, la preservación de la democracia deben hacerla las instituciones
públicas, no las corporaciones. En ese sentido, por más simpática y justa que
parezca la censura a Donald Trump en medio de una instigación al golpe de
Estado, es un antecedente peligroso. Aunque nos resulte simpática y justa la
censura al todavía presidente de los EEUU, no hay que olvidarse que las dos
redes sociales más poderosas del mundo son actores con intereses políticos y
económicos. “La solución no es delegar en las corporaciones la gestión de lo
democrático”, dice Iván Schuliaquer, docente e investigador (UNSAM-Conicet).
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