lunes, 11 de enero de 2021

Los reporteros que cubrían el ataque al Capitolio estaban acostumbrados al acoso y los abucheos

 
Los manifestantes rompen equipos de televisión frente al Capitolio de los Estados Unidos el miércoles 6 de enero de 2021 en Washington. (Foto AP / Jose Luis Magana).

Poynter. “Asesinen a los medios de comunicación”, esas fueron las palabras grabadas en una puerta del edificio del Capitolio durante el ataque del miércoles. En el interior, los reporteros se refugiaron en oficinas legislativas mientras los partidarios del presidente Donald Trump saqueaban el edificio. Ellos cubren signos de prensa por temor a lo que sucedería si los encontraban. Algunos entraron en la mafia para documentar los disturbios y se encontraron con violencia. Mientras tanto, sus colegas afuera del edificio quedaron expuestos. Con poca presencia policial, los periodistas se encontraron cara a cara con personas que pedían la destrucción de las mismas instituciones para las que trabajaban. Los alborotadores escupieron a los periodistas y lanzaron insultos. Persiguieron a los periodistas y destruyeron su equipo. Varios reporteros fueron agredidos físicamente.


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Por Joan Barata, Libertad de Información. El asalto del Capitolio ha sido sin duda un hecho sin precedentes en la historia reciente de los Estados Unidos. Los tumultos del día 6 de enero han espoleado un debate jurídico y político importante acerca de la necesidad de inhabilitar o destituir al presidente Donald Trump solo unos pocos días antes de la toma de posesión de su sucesor Joe Biden.

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Por Iván Schuliaquer, Télam. Twitter y Facebook bloquearon publicaciones de Donald Trump y suspendieron su cuenta. El aún presidente de Estados Unidos es antidemocrático, su trayectoria política no deja dudas. Sin embargo, la preservación de la democracia deben hacerla las instituciones públicas, no las corporaciones. En ese sentido, por más simpática y justa que parezca la censura a Donald Trump en medio de una instigación al golpe de Estado, es un antecedente peligroso. Aunque nos resulte simpática y justa la censura al todavía presidente de los EEUU, no hay que olvidarse que las dos redes sociales más poderosas del mundo son actores con intereses políticos y económicos. “La solución no es delegar en las corporaciones la gestión de lo democrático”, dice Iván Schuliaquer, docente e investigador (UNSAM-Conicet).

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