Sergio Dima, periodista argentino.
Cosecha Roja.- A las trece en punto, ni un minuto más, la
sala quedó vacía. Dos empleados de traje acomodaron la mortaja sobre su rostro,
taparon el cajón y lo giraron para llevarlo hasta el coche fúnebre. Lo hicieron
con eficiencia burocrática, con economía de movimientos. Quienes presenciaron
esa última escena eran periodistas. Ya habían visto eso muchas veces: uno de
los pilares del oficio es moverse con soltura en velorios, entierros y escenas
del crimen. Pero lo que sintieron entonces, en presencia de esos movimientos
calculados, no fue solo tristeza. Era una especie de desgarro, un no poder
mirar ese procedimiento que intentaba igualar esa muerte con todas las demás
que habían visto.
Los periodistas que el sábado llegaron a la casa de Sergio
Dima tuvieron una sensación parecida. No poder mirar la escena, sentir un
desprecio infinito por los empleados de la morguera que manipulaban en cadaver.
No hay nada más difícil que despedir a uno de los nuestros…
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