Rogelio Villereal*.
Revista Mexicana de Comunicación.- Entre los retos más importantes que enfrenta el género está el de la capacidad y el talento para saber narrar, reconstruir una historia y aportar los elementos necesarios para su comprensión, pese a la subjetividad que todos los cronistas deben tratar de trascender.
Entiendo a la crónica como el relato periodístico y hasta literario, personal, de un acontecimiento o serie de hechos narrados generalmente en orden cronológico, reciente o del pasado. Es de esperarse que se apegue lo más posible a la verdad de los hechos ocurridos y que las licencias literarias no los alteren o distorsionen.
Su importancia radica en que es un género proteico que admite la incorporación de puntos de vista distintos, testimonios, descripciones, confrontación y hasta toma de partido. En suma: un panorama amplio y generoso sobre los acontecimientos que se narran.
Hoy día el llamado boom es un tanto artificioso y con fines comerciales, más un fenómeno de librería que periodístico que deja de lado a numerosos periodistas que han practicado ese género desde hace muchos años.
Creo que incluso se han convertido en una especie de cofradía, la de los periodistas narrativos, como le llaman ahora a la vieja y buena crónica, practicada en México desde hace siglos y con nombres tan destacados como Manuel Payno, Vicente Riva Palacio, Manuel Gutiérrez Nájera, Salvador Novo y tantos más.
Creo también que entre los integrantes de esta nueva cofradía hay talento y muy buenas historias, pero no son todos ni los mejores. Se distinguen, sobre todo, por una postura que se quiere crítica hacia la violencia del Estado y de los grupos criminales, por la descripción de los graves problemas sociales de los países de América Latina, pero también por su simpatía tácita por regímenes socialistas y autoritarios.
Han caído en una especie de club de abrazos mutuos en el que cada uno es más aguerrido que el otro. Otra cosa: la mayoría venera de manera desmedida aKapuscinski, García Márquez, Monsiváis, Villoro y otros.
Entre los retos más importantes que enfrenta el género está el de la capacidad y el talento para saber narrar, reconstruir una historia y aportar los elementos necesarios para su comprensión, pese a la subjetividad que todos los cronistas deben tratar de trascender. Otro asunto es el de los periodistas gonzo.
Como cronista y editor, uno de los desafíos centrales ha sido el de saber identificar una buena crónica y saber cómo editarla para que destaquen más sus cualidades narrativas.
Durante la última década, quizás se ha recurrido en exceso a la crónica al narrar la llamada guerra contra el narco y un cierto facilismo al acusar solamente de los crímenes al gobierno de Calderón o de la injusticia al sistema llamado neoliberal. Es moralista y no son pocos los cronistas que se conduelen de la suerte de los protagonistas, e identifican con ellos, como si se tratara de una declaración de principios.
Por otra parte, se han detectado trampas entre ellos, como los que dicen entrevistar a sicarios y describen detalladamente toda su vida, o de quienes tienen acceso a lugares demasiado peligrosos con la ayuda del Ejército y no lo mencionan en sus crónicas. Escamotear ese dato tan importante es muy grave, a mi juicio.
En muchos diarios y revistas del país hay muy buenos cronistas. Si se me permite hablar del medio que dirijo, Replicante, recomendaría muy ampliamente a Fernanda Melchor, Lydiette Carrión, Ricardo García López, Wenceslao Bruciaga, Juan Mascardi, Mercedes Álvarez y Susana Moo -argentinos-, Alberto Spiller -italiano-, Paul Medrano y muchos más.
He publicado cientos de crónicas en Replicante desde 2004 de otros tantos escritores y periodistas, sobre los temas más diversos, de lo escabroso y violento a lo humorístico o cotidiano. La crónica es el gran retrato de nuestro tiempo.
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