Hugo el búho. Así me cantó mi abuela. Y dijo “tu presidente” como si yo lo hubiese votado, como si no me hubiera dado cuenta de que era un producto del marketing, un niño rico al que su nana le sigue limpiando la nalga hasta ahora, un jovencito que sacó provecho de ser el heredero de un padre, también idiota, pero con mucho mucho dinero. “Tu presidente” me sonó como una bofetada fulminante. Porque sí. Aunque me duela y aunque me avergüence y aunque sienta náuseas cada que lo escucho, es el tipo al que la mayoría de la gente eligió.
El abuelo, en cambio, menos radical, solo atinó a decir: “así va el mundo. Cada vez más vacío, más superficial, más cualquier cosa. Si Argentina tiene a un desquiciado de presidente, porque nosotros no vamos a tener un idiota. Ya hemos tenido algunos. Los últimos dos son igualitos. Las redes sociales eligen presidentes ahora. Son una especie de reguetón visual. Ya no hay nada que hacer”.
La abuela lo miró tiernamente, como si quisiera -de manera muy dulce- lanzarle el libro que tenía entre sus manos a la cabeza. Y respondió:
-¡Resignarme nunca, mierda! Nunca. Y si este jovencito, badulaque nacido en cuna de oro, que no tiene idea dónde está parado, que no hila ni dos frases coherentemente es el presidente, lo combatiré hasta que me canse, hasta que las rodillas y la lengua y los sesos me lo permitan. No hay nada que hacer, dice el señor. Yo no le voy a enseñar a mis hijos y a mis nietos a que se conformen con la porquería que nos endosaron. Porque la porquería debe quedarse donde pertenece, por más dinero que hayan heredado.
El abuelo respondió con el silencio. En el fondo sabe que la abuela tiene razón. Se incorporó de su sillón y se fue a tomar su café al patio. Luego, la abuela me miró como diciéndome: “ahora vos también, largaraste”. Me pidió que le sirviera otro café. Obedecí inmediatamente. Le solté una pregunta como quien no dice nada: ¿Y qué opinas de la consulta que se nos viene?
Respiró, sorbió su café, y se quedó mirando por largos segundos al tumbado. Esto pinta mal, me dije. Agradecí a la vida que la abuela no usara chancletas.
-¿Que qué pienso? -murmuró mientras se me acercaba lentamente. ¿Qué voy a pensar, pues? Que es un gastadero de plata innecesario. ¿60 millones? Que son preguntas tan obvias, tan estúpidamente convenientes solo para medir su asquerosa popularidad. Que con ese dinero podrían hacer cosas interesantes con los chicos de Esmeraldas. Que tu presidente es un reverendo idiota. Ah, y encima nos quiere marear abriendo casinos y juegos de azar por todo lado. Como si no supiéramos que ahí hay negocios de la familia y que algunos harán lavandería de dólares. ¿Te dije que tu presidente es un soberbio idiota que improvisa un país las 24 horas del día?
-Sí abuela, algunas veces.
-Ah ya, por si caso se te olvide -sentenció irónicamente. Y ya voy a ver quién nomás aprueba esa ridiculez en la Asamblea. Lo que hay que hacer es escribir una ley que diga: Si el presidente electo y su equipo de gobierno no cumplen sus promesas y joden al país y su gente, se les debe aplicar cadena perpetua o trabajos forzados en Siberia. Alguna cosita así. Se le escapa Fito y 21 reos más por sus narices. No es capaz ni de dar la cara, suspende una cadena; y, para rematar la comparsa siniestra de estos millonarios que viven en una burbuja celeste, su esposa -construida con el mismo material- inaugura su ridícula muñeca Lavinia. Y el mismo día que se enteran de la fuga de Fito, que se le adelantó al plan bonito. Son eso que llaman los jóvenes, ¿cómo es que es? Memes con plata. ¿Quieres que siga?
-Gracias abuela por tus sabios consejos. Me tengo que ir.
-Hasta luego, mijo. Y cuidado con volverle conformista a mi nieta. Ahí te he de jalar las orejas y las patas cuando me muera. Por cierto, ¿sabías que tu presidente es jodidamente idiota?
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