miércoles, 9 de agosto de 2023

La señito Alí y sus 6.500 hijos de la Facso

 
Alicia Margarita Quishpe o Ali.

Hugo de Búho. Así le dicen. O Mami Ali o Doña Ali. O la señito de los caramelos. Cómo gusten. Tiene una mirada que engloba cariño, dolor, lucha y miles de amanecidas. Cabello corto, manos que conocen el trabajo desde pequeña y una voz de telenovela mexicana que dispara buenos días, comprensión y dioslepague de 6am a 8pm. Nadie conoce mejor la FACSO que Alicia Margarita Quishpe y sus 61 años a cuestas. Nadie sabe más de los amores, dolores y rencores de estudiantes que ella. Las historias de docentes y trabajadores están bien guardadas con ella. Se sabe la vida, pasión, caramelos y veneno de todas, de todos. Hace etnografía desde su trinchera cotidiana. Eso sí, es ama de la discreción: habla lo necesario y se guarda como una tumba los secretos más inconfesables de chicos, chicas y chiques que deambulan, por cientos, de lunes a viernes. Entiende la semiótica del silencio.

Es la memoria viva de la Facultad. Trabaja en FACSO -de forma independiente con sus golosinas al hombro- desde hace 25 años. Ha visto pasar decanos y subdecanos más que cualquier jubilado: los ha saludado, los ha bendecido y a algunos, los ha enterrado. Siempre los recuerda con alegría y gratitud. Doña Ali, más que nadie, se merece un homenaje en vida. Mientras unos hablan del Habermas en la estratósfera, ella establece una acción comunicativa con los estudiantes, genera interacción simbólica face to face. Mientras otros se matan con el Foucault, recitado de memoria, Doña Ali ejerce micropoder desde su panóptico artesanal lleno de dulces. Aunque no se lo digan, ella entiende que todo saber implica poder; y la que más sabe de ese edificio, virtudes, sombras y pecados es la mami Ali.

Si no fuera por Doña Alicia, muchos de esos jóvenes que estudian en la FACSO pasarían hambre cotidiana. Ella, sensible como es ante las adversidades de la vida; y, con conciencia de clase, les fía un lunes y pueden pagarle cuando puedan. Les presta para los pasajes y para las copias. No desconfía de los estudiantes; no lleva apuntes de morosos ni nada. Cualquiera ya les hubiera puesto en una lista de indeseables, con foto y un letrero de SE BUSCA. Pero Doña Ali se lo toma con calma. Para ella, todas son sus hijas, y todos -menos unos cuantos desubicados, sus hijos. “No tomarán, mis guaguas; no se dañarán”, les reta cuando los ve con pinta de hoy es viernes y el cuerpo lo sabe. “Estudien, no serán vagos; no le harán sufrir a sus papitos, luego les va mal en la vida”. Ahí nomás ya les inyectó Sociología con dosis de yogurt.

Saluda con todos los docentes, y hasta finge reírse de cualquier chiste académico que solo algunos académicos entienden. Los trata amablemente, de cerca y de lejos: “mis profes lindos”. Todos sabemos que es una mentira piadosa. Semejantes feos que son algunos. A pesar de estar ubicada en un lugar frío, en la puerta de entrada (injusto por donde se lo mire), su trato es cálido. Lleva consigo siempre, abrigos y cobijas porque nunca se sabe con este clima. Debe ser una de las mujeres que más “buenos días-tardes-noches; muchas gracias y hasta mañana, repite a diario. Dialoga con todo el mundo: actos del habla y terapia conversacional gratis. Más de 800 estudiantes por semestre pasan por ahí, saludándola, comprando un dulce, una papa, una gaseosa, pidiéndole un consejo, un fueguito. A las 8 de la noche, cuando se retira de su larga jornada, se la ve cansada de su labor cotidiana, con 40 canas y 8 arrugas más de las que llegó.

Doña Ali tiene cerca de 36 años trabajando en la FACSO. Su madre labora ya 50 años en la misma actividad, en la Facultad de Administración. Su hija mayor, Maritza, la acompaña desde los 6 años, ahí, al pie del cañón, chupando el mismo frío, las mismas penas y sonrisas. Todos sus cuatro hijos crecieron en esta facultad. Sus seis nietos y un bisnieto también son parte de la FACSO: la familia Quishpe en pleno. ¿Quiere aprender Historia y Teoría Política? Ahí está, a la manito.

Vive en Chillogallo. Llega a las 6h00 y se retira a las 20h00. Es su terapia, su vida, su alegría: atender y hablar a los jóvenes, profesores y empleados. A propósito de atención, desde hace unos meses hizo yunta con Francisco y Erik, dos chicos no videntes que -con su picardía- han logrado que Doña Ali se sonroje con cada chiste de doble sentido que se lanzan. “Son unos terribles” -dice, mientras se cubre la boca con las dos manos. Nos enseña mejor que nadie lo que es inclusión. Vaya viendo.

Mami Ali cree en dios, es católica desde Alicia hasta la Margarita. Reza en cinco segundos lo necesario y a comer se ha dicho, no se priva de ningún plato. Cuando no aparecen estudiantes, -porque dizque están en clases- revisa su celular, videos, memes. Por las noches y fines de semana -cuando nadie la ve- se vuelve una Leo Dan, Rocío Durcal, Camilo Sesto, Julio Jaramillo, y cantante de cumbia añeja. Tampoco se priva de las telenovelas mexicanas y turcas, que las goza hasta las 22h00, con el fin de soñar en galanes que la pretendían cuando era joven. En un par de horas intuye lo que es Comunicación, Cultura y Hegemonía. A las 4h00 ya está en pie de lucha, ganándole la partida a todos los gallos del sur de Quito.

Su sueño es permanecer en la FACSO toda su vida. Ver crecer a sus cientos de hijos, alegrarse por ellos, por ellas, cuando -al fin- se van. Y al cerrar los ojos, desde donde sea que esté, seguirlos atendiendo. Y si los muertos cuidan, después de muertos, cuidarlos más: reflexión teológica-fundamental. Así es Doña Ali. ¡A su salud!


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