Reportero Julio Valdivia, periodista mexicano.
Anabel Hernández, DW. Contracorriente. ¿Cuántos periodistas
más se requiere que sean amenazados, torturados y decapitados en México para
que la comunidad internacional se solidarice de manera contundente con esta
masacre a la libertad de expresión? ¿Por cuánto tiempo más los periodistas
debemos contar a nuestros compañeros muertos hasta terminar interiorizando que
ese es nuestro destino? ¿Lo es? ¿Cuántas generaciones de jóvenes comprometidos
y apasionados que están estudiando en las universidades deben renunciar a su
sueño de ser periodista? ¿Por cuánto tiempo los periodistas mexicanos
seguiremos permitiendo que esto suceda? México es el país más peligroso del
mundo para ejercer el periodismo y la crítica al poder a través de los medios
de comunicación tradicionales y alternativos. Este ha sido un tema recurrente
de las colaboraciones que he publicado en DW desde que inicié mi participación.
Pero hoy es distinto. La fotografía que ha dado la vuelta al mundo de una
motocicleta abandonada sobre una solitaria vía del tren en Tezonapa, Veracruz y
la silueta del cuerpo decapitado del reportero Julio Valdivia debe ser un punto
de inflexión. La gota que derrama el vaso. Un homicidio que, a diferencia de
los demás, cause que no se pueda más voltear la mirada hacia otra parte.
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