El crecimiento de las ciudades implica procesos violentos, en los que los menos favorecidos llevan las de perder. Los expertos en estudios urbanos emplean un término complejo para explicar uno de los efectos: gentrificación.
Se trata del proceso de
transformación urbana en el que la población original de un barrio deteriorado
es desplazada por otra de mayor nivel adquisitivo, como consecuencia de
programas de recalificación de espacios. Pasó esto con La Ronda, por ejemplo. Aquella
calle memorable del Centro Histórico, que ahora es un punto inexorable para los
turistas, fue hace casi diez años un lugar intransitable, dominado por la
inseguridad.
Dentro de las políticas
municipales, se propuso un programa que terminó por “recuperar” la zona. Solo
que la solución implicaba comprar las casas, a precios módicos, a los dueños
originales. Así, los personajes y oficios tradicionales, poco a poco, fueron
opacados por el mundanal ruido de los bares y karaokes que se instalaron en el
lugar.
Quienes habitan aquella
callecita “tradicional” no pertenecen ahí y tampoco pueden reconstruir las
formas de organización que tuvieron los moradores desde sus inicios. Esta es
una característica de la gentrificación: afecta especialmente a la memoria colectiva
barrial, imposibilitando la reconstrucción del pasado, provocando la pérdida de
la identidad local.
Por eso, colectivos
artísticos como ‘Left Hand Rotation’ se han dedicado a trabajar con quienes han
pasado por estos procesos en distintos lugares del mundo, haciendo
intervenciones, talleres y construyendo un archivo que conforman lo que
llamaron el Museo de los Desplazados, una plataforma digital en la que se
reflexiona sobre la importancia de la cultura cuando de crear ciudades marcas
se trata.
Roque Rivas Zambrano
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