sábado, 23 de abril de 2016

El terremoto lo cambió todo en Jama


Los pequeños asentamientos que hay en torno a los refugios están llenos de historias tras la tragedia.

Manuel González, Jama, La Hora. Carmen Domínguez está cansada de llorar. “No he reído… ¿para qué? Si no hay razón”. Pero su deseo de vivir sigue latente porque debe brindarle a su madre ciega. Ambas viven para contar la tragedia del terremoto del sábado anterior.

Su relato y su mirada se caen al recordar que su casa, ubicada en el barrio Los Tamarindos, del cantón Jama, ahora está en escombros.

Su deseo de privacidad la motiva a pensar en regresar a la zona de la desgracia. Hoy vive en el precario asentamiento construido en la parte más alta del cantón con 20.000 habitantes, entre lo urbano y lo rural. En total, 400 vecinos y su madre acompañan a Carmen, quien decidió hacer de las hojas del techo de su casa colapsada las paredes de su nuevo ‘hogar’.

Gente deambulando

En el barrio estará casi sola, la mayoría de la gente deambula por la calles en busca de ayuda prioritaria: agua, comida y ropa. Aún no piensan en tener una casa, creen que estar a la intemperie es más seguro tras el terremoto, que también afectó a este poblado, que ahora vive sin energía eléctrica.

El movimiento no sólo destruyó casas, escuelas, iglesias y mató gente, también ‘partió’ la voluntad de muchos. Sonia Chavarría se siente así: sin voluntad, porque ahora le toca prácticamente mendigar por agua y comida para su hijo con discapacidad.

“Mi vecina me ha regalado empanadas y guineos. Hoy vine acá (al Mercado de Jama) a pedir que me ayuden con una cocina para preparar la comida de mis hijos que están en el refugio… pero no me la dan”, dijo con pesadumbre la mujer.

En el lugar estaba la secretaria de la Política, Paola Pabón. Ella afirmó el pasado jueves que sí se está atendiendo a la población y dio cifras: 1300 kits de alimentos en la zona urbana de Jama y 900 en la rural. Ahora la entrega será intradomiciliaria. También les estregaran carpas como albergues.

Más afectados

La asistencia humanitaria está más enfocada en los alrededores de las estructuras de cemento destruidas. En las periferias la necesidad no se oculta, más bien los campesinos y citadinos empiezan hacer de la imploración una penosa cotidianeidad.

El sofocante y abrazador sol de Manabí no les perdona el dolor de haber perdido abruptamente sus hogares y muchos a sus seres queridos. La inclemencia natural se ve vencida por la necesidad de subsistencia, por lo que han optado por elaborar carteles pidiendo ayuda a los conductores que no siempre se detienen a escucharlos.

“!Ayuda por favor!”, “necesitamos comida para nuestros hijos”, “somos damnificados”, “!ayúdennos!”, son entre otras las súplicas plasmadas en los ajados carteles de maltratados por la recurrente exhibición hecha por niños y madres de familia quien ahora viven en carpas que no impiden la inclemencia del frío de la noche y el ‘festín’ de los mosquitos que se multiplican entre los damnificados. (MGQ).

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