Domingo: Christian lleva a su familia de
paseo. Escoge el cerro Ungüi, que está ubicado al suroccidente de Quito,
considerado uno de los miradores naturales más impresionantes de la ciudad. En
época vacacional, el lugar -en el que incluso se desarrollan conciertos y un
ritual tradicional conocido como el amarre de las cruces- se llena de jóvenes
que van a acampar, a hacer ciclismo o a caminar. Es el sitio perfecto para un
‘picnic’ de fin de semana.
Christian junto a su mamá, esposa, hijas
-una de siete años y la otra de cuatro meses- y mascotas, llegan a la cima.
Utiliza el ‘dron’, herramienta de trabajo que adquirió hace un año, para hacer
unas tomas de video desde la elevación. Lo maneja a través de una aplicación de
su celular, con el que luego toma fotos de las expresiones de felicidad de su
familia.
Cuando emprenden el regreso, unos tipos van
detrás de ellos. Se apartan para darles paso. Ellos responden al gesto, sacando
sus armas: pistola, machete y navaja. Los malandrines encañonan a Christian, le
quitan todas sus pertenencias, hasta los zapatos, y lo amenazan con lastimar a
sus familiares. Los amarran, llevan de vuelta a la cima y los abandonan ahí.
Christian logra desatarse y buscar ayuda.
Días después, descarga unas imágenes de la
nube, que los delincuentes se habían tomado con su teléfono y, a través de una
aplicación que extrae metadatos, ubica el punto de la guarida de los
malhechores. Piensa en ir y hacer justicia por sí mismo. Sin embargo, termina
por pedir asesoría a un conocido, que sabe de los procedimientos. Él le dice
que para allanar “el nido de ratas” es fundamental tener la certeza de que sus
equipos están ahí. A Christian lo embarga la tristeza, la impotencia, la ira.
En el mundo en el que vive los victimarios llevan las de ganar.
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