No se quita El director de encima. ¿Uno es
director vitalicio, como los toreros y los presidentes del Gobierno?
Yo soy un reportero sobre el terreno, un
corresponsal y un escritor, quizá. Director es lo que menos he sido y soy.
Estuve un año, 366 portadas, las tengo muy grabadas. En realidad, tengo una
relación de amor-odio con ese libro y con ese cargo. Antes de El director,
había escrito tres, y después de ese, otros tres. Pero es el que más se ha
vendido y por el que me conoce la gente. Hasta mis amigos, cuando salimos, me
dicen: pídete unas cañas, director. Así que, cuando decidí montar un podcast,
no quería llamarlo así. Pero una amiga me dijo que era idiota, que esa era mi
marca, y le hice caso.
Bueno, ahí habrá también su poquito de ego.
No voy a ser tampoco un falso modesto. Es
cierto que la marca funciona y está muy vinculada a quienes se atreven a contar
la verdad, incluso pagando las consecuencias. Creo que parte del éxito de mi
podcast viene por ahí.
El director lo cambió todo. Se convirtió
inmediatamente en un best seller y parte de la profesión se me echó encima.
Para muchos, soy el traidor que desvela los secretos de la prensa. Hay una
prensa que está muy cómoda cuando se revelan todos los secretos de los demás,
menos los suyos. Me echaron de todos sitios. De Onda Cero. De Antena 3. Tuve
que empezar de cero. Pero creo que, pasado el tiempo, el deterioro se ha
tamizado. Una persona de mi periódico me dijo: “La mitad de tu libro es cierta,
y la otra, verdad”. Me amenazaron con 200 demandas, pero no recibí ni una. La
verdad es muy difícil de demandar.
Bueno, yo le he visto en tertulias televisivas
hasta hace poco.
Me rescató Xabier Fortes, a quien se lo
agradezco, para Televisión Española. Ahora que está de moda meterse con ella,
tengo que decir que tuve libertad absoluta. He podido criticar tanto a Pedro
Sánchez como a la derecha. Pero estar dos horas debatiendo sobre el fango de la
política española se me hizo insoportable. Ese fango nos ha arrastrado a todos
a un debate inútil, tóxico y que no aporta nada. Nunca me he sentido más
aburrido ni incómodo que en una tertulia.
¿Por qué?
Las tertulias son como una trinchera. Se
polariza el debate: colocan a dos a la derecha y dos a la izquierda, para que
no haya dudas. A mí me decían: “Nunca sabemos dónde ponerte”, y lo consideré un
piropo. Yo viví como director de El Mundo la fase de corrupción insoportable
del PP y ahora veo con vergüenza los koldos y los ábalos. Si cuando el PP
gobierna se corrompe, y cuando lo hace el PSOE, también, igual es el sistema el
que está corrompido. Siempre he defendido la necesidad de una reforma estructural.
Se requiere lanzar una bomba nuclear sobre el sistema: regenerarlo, cambiarlo.
Nos hace falta una tercera transición.
¿Y en el periodismo, qué hace falta?
Habrá de todo, pero, y esto lo digo con dolor,
creo que el periodismo está hoy más corrompido que la política. Respecto a los
políticos, los jueces actúan. Hemos visto a Rodrigo Rato y a Urdangarín en la
cárcel, y muchos de los que ahora vemos en los titulares acabarán en la cárcel.
Pero en el periodismo de hoy se practica el chantaje a empresas para que pongan
publicidad, se manipula y se destruyen reputaciones por dinero, se vive de
subvenciones, tanto de empresas del IBEX como de gobiernos, y nunca tiene
consecuencias porque los periodistas nos protegemos por esa especie de
inmunidad que nos da el que no se puede atacar a la libertad de prensa. En El
director cuento cómo funciona la corrupción en los medios.
¿Es usted el único ser puro del oficio? ¿El
resto de los directores de medios traga?
Por supuesto que no todos los directores son
corruptos, pero creo que el sistema hace que los medios, en un momento de
debilidad y crisis como el que llevamos viviendo tantos años, tengan hoy mucha
menos capacidad de resistir las presiones. El periodismo de este país ha
traicionado la confianza que la gente puso en él. Esa es la gran causa de que
la gente se está yendo a buscar información a otro sitio. Muchas veces a sitios
peores. El mundo digital está lleno de mierda también, y la gente está perdida.
Lo que más me pregunta la gente en los comentarios del podcast es qué puede
ver, escuchar o leer para que no le engañen.
¿Quién escucha su podcast?
Lo que más me ha sorprendido es la gran
cantidad de gente joven que lo ve, y no le encuentro una explicación: que
tengan interés en lo que tenga que decir un señor cincuentón. Y luego me ha
pasado una cosa muy extraña: después de 20 años de reportero, uno de director y
siete libros, solo ahora que soy youtuber me para gente por la calle, casi
siempre chavales, y me dicen: “Tú eres el director”. Es más, mis hijos empiezan
a pensar que su padre es alguien desde que me entrevistó [el youtuber] Jordi
Wild.
¿Por qué cree que los jóvenes no leen
periódicos convencionales?
Dos cosas: los periodistas, que debemos tomar
el pulso a los cambios, no supimos verlo. Las redacciones se han anquilosado,
siempre vieron Internet como una amenaza, y hemos perdido tiempo. Si hay una
razón por la que los periodistas estamos perdiendo la batalla de la verdad, y
la mentira está ganando, es porque los periodistas no estamos dando la batalla
en los sitios donde esta esa audiencia joven.
¿TikTok? ¿YouTube? ¿Instagram?
En todos esos, claro. Hay que llevar el mejor
periodismo, el de siempre, con sus códigos de rigor y honestidad. No le podemos
decir a la audiencia dónde tiene que consumir la información. Va a ir donde
quiera, y tenemos que estar ahí, porque si se pierde la batalla, vamos a un
mundo muy oscuro. Ya lo estamos viendo: los bárbaros están ganando la batalla
de la verdad y están desmontando democracias a través de la mentira.
¿Por qué triunfan los bulos?
Porque quienes los difunden no tienen
complejos, ni escrúpulos y, esto es muy importante, han encontrado como aliados
a unos tipos millonarios de Silicon Valley que están haciendo fortunas
explotando los peores instintos del ser humano: el odio, la intolerancia,la
violencia. Se están forrando enfrentándonos en la redes. Esa oligarquía digital
que ahora está de rodillas ante Trump ha logrado destruir la convivencia en
muchos lugares mientras amasaba la mayor fortuna que han visto los tiempos.
Es un boomer reconvertido en youtuber. ¿Esa es
su aportación al triunfo de la verdad?
Yo soy un privilegiado. Yo no he conocido la
precariedad en el periodismo. Empecé con el bum de la prensa. Me fui de
corresponsal en Asia en una época en que casi éramos periodistas-diplomáticos:
te ponían la casa, tenías los viajes pagados, podías hacer las historias que
querías. Tengo la fortuna de escoger los proyectos que quiero hacer. He montado
una productora de televisión. Escribo lo que me apetece. Si mis hijos
estuvieran debajo de un puente tendría que hacer...
¿...tertulias?
Tertulias y lo que fuera. Una vez, me dijo una
compañera que cómo dejaba las tertulias, si era lo más fácil del periodismo. Y
es verdad, pero me aburrí. No fue un gesto de máximo coraje el dejarlas.
Entonces, como estoy en esa posición de privilegio, creo que también tengo un
deber y, viendo la mierda que se hace y que le está llegando a muchos jóvenes,
que escuchan que la culpa de todo la tienen los inmigrantes, que los sistemas
autoritarios son mejores, y su frustración puede llevarlos a comprar el discurso,
pensé: vamos a intentar darles otras cosas también. Me divierte hacerlo. Creo
en otra forma de comunicar, en otro periodismo, en dar voz a gente moderada,
con rigor y credibilidad que aporte datos.
Confieso que leí su libro con interés y
también con morbo. ¿Cuánta gente le dejó de hablar tras El director?
Aunque El director me generó muchos enemigos,
fue más duro perder algunos amigos. Aunque uno no puede hacer periodismo sin
aceptar esa verdad. Eso fue lo peor. Ha mejorado con el tiempo, pero la
reacción inicial fue furibunda, lo cual, tengo que decirlo, también me vino
estupendo para vender libros. Ahora que vamos a rodar la película basada en él,
me vendría bien algún escándalo.
Lo de poner motes y descripciones reconocibles
a sus colegas en El Mundo no fue muy elegante.
Si hubiera sido un banquero y hubiera
retratado las miserias y secretos de la banca, los periodistas me hubieran
aplaudido. Sin embargo, como es sobre nosotros, no se puede contar. Nunca he
entendido ese doble rasero. En el libro también se dicen cosas buenas de gente
que mostró un coraje increíble en un periódico al borde de la ruina y
soportando toda la corrupción del PP. Y sobre lo de los motes, son arquetipos.
Hay gente así en tu periódico y en ABC, me lo han dicho colegas nuestros. Era
una forma de que el libro se pudiera leer entonces y en cualquier época. De
hecho, se siguen vendiendo 10.000 ejemplares al año. Lo cual, ya he dicho, me
encanta y me frustra. Mi novela, Días salvajes, no vende. Puedo decir con
absoluta franqueza que he fracasado como novelista.
Usted ha sido corresponsal de guerra. ¿Qué es
el miedo?
El miedo es mearte encima en Timor Oriental
estando en una pensión de mala muerte con gente fuera con machetes pidiendo
muerte al extranjero. Y esa fue mi primera guerra como corresponsal, cuando
estuve más cerca de morir. A veces me pregunto por qué seguí haciéndolo.
Dígamelo usted.
Escogí el periodismo porque pensé que mi
trabajo podía tener un impacto, mejorar la vida de la gente. Esto suena a
pastel de culebrón, pero no me metí en esto para ganar dinero. Me acuerdo mucho
de Ricardo Ortega, de Julio Fuentes, compañeros que murieron trabajando. Ellos
no iban a la guerra para hacerse famosos, porque famoso te haces mucho más en
una tertulia. Estoy convencido de que iban con la ilusión de cambiar el mundo.
Con el tiempo, esa ilusión se desvanece y lo que queda, al menos en mi caso, es
la intención de, al menos, no joderlo más.
Sáquese algún defecto, ande.
Con todo lo que han dicho de mí, se podría
hacer otro libro, pero, bueno, yendo a El Director, mucha gente dijo que yo no
estaba preparado para ser director de El Mundo, y lo acepto. Una persona que
lleva 20 años reporteando sobre el terreno, quizá no es la persona para ser
director. No supe gestionar la Redacción. Pero sí me siento orgulloso de una
cosa, con todas los fallos que cometí, que fueron muchos, hay una cosa que no
hice, y es romper los principios periodísticos y los valores que tenía, como periodista
y como persona. Es lo único que me hace sentir orgulloso de ese año.
LA SOMBRA DEL DIRECTOR
David Jiménez García (Barcelona, 54 años) estudió Periodismo y empezó a trabajar como becario en la sección de Local del diario El Mundo. Su primera cobertura fue sobre un desahucio. Al volver a la redacción, su jefe le dijo que escribiera 600 palabras y no sabía ni cómo empezar, confiesa. O sea, que todo lo que sabe del oficio lo ha aprendido trabajando. Después de escribir en la sección de Sociedad, inauguró, en 1998, la primera corresponsalía en Asia, desde donde cubrió como enviado especial guerras, catástrofes naturales y revoluciones sociales. Entre 2015 y 2016, dirigió su propio periódico, antes de ser destituido, en medio de una gran crisis. A pesar de ser autor de siete libros, entre ellos El corresponsal, Diarios del opio y El botones de Kabul, ninguno ha alcanzado las ventas ni la fama de El director, sus memorias del año que pasó como máximo responsable del periódico en el que empezó su carrera, y que puso en el foco los entresijos de las presiones y los acuerdos entre el poder y los medios. Diez años después de su despido, presenta un podcast y ha fundado una productora audiovisual para poder elegir sus propios proyectos periodísticos y de ficción.
El periodista David Jiménez, periodista español, director de ‘El Mundo’ durante un año hasta ser despedido en 2016, se ha reconvertido en ‘youtuber’ y productor audiovisual tras el éxito de ventas de su libro ‘El director’, que le supuso el boicot de buena parte de la profesión por revelar entresijos del oficio.
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