Esta semana, en el
portal GK se publicó una investigación titulada ‘Rutinas del terror’, donde se
recoge el testimonio de mujeres que, dos décadas más tarde, cuentan cómo,
cuando eran niñas, su profesor de gimnasia olímpica las tocaba, contra su voluntad,
durante y después de los entrenamientos.
Las historias
tienen elementos en común: abuso de autoridad, miedo, secuelas psicológicas y
poca diligencia en cuanto a los procesos de denuncia. El reportaje deja en
evidencia la falta de regulación de centros donde se dictan clases
particulares. El gimnasio al que asistían las víctimas es un espacio deportivo
y privado.
En el texto se cita
a Eduardo Monje, subsecretario de Asuntos Deportivos, quien afirma que al ser
particular (y no estar registrado formalmente), la Ley del Deporte no permite
hacer un seguimiento. Este es solo uno de los datos que se complementan con
relatos de casos archivados y de completa impunidad. La lectura de este trabajo
periodístico, así como de todos aquellos comprometidos con romper el silencio
ante la violación de los derechos, es tan necesaria como reflexionar sobre la
responsabilidad que tienen los reporteros.
La Fundación
Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) difundió
consejos de Rachel Dissell, reportera especializada en investigar el impacto de
la violencia: es fundamental obtener un recuento preciso de las pruebas de
abuso sexual fuera de las estadísticas oficiales, ser cuidadosos con las
emociones que se puedan activar en las entrevistas e incluir información útil
para que quienes hayan pasado por situaciones similares sepan cómo manejar su
caso. Hay que tener presente que una historia bien contada y sustentada puede
cambiar muchas vidas.
Roque Rivas
Zambrano
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