(Foto archivo de El Comercio)
Susana es una madre que
tiene que hacer las veces de padre también. Para cumplir este rol vive días en
que las tareas son abundantes y difíciles de cumplir. El lunes de la semana
pasada fue uno de esos días. Todo coincidió: cita médica, pico y placa, entrega
de informes en el trabajo. Tuvo que arreglárselas. Les pidió ayuda a sus hijos.
Esta vez los acompañaría a tomar el bus que los dejaría en la puerta de la
escuela. Al regreso repetirían la misma ruta. Así, lo hicieron. Pero en el
viaje de vuelta tuvieron un percance. Dos mujeres -una de ellas embarazada- se
acercó al menor de los niños (seis años). El hermano mayor (de diez), al
percatarse de esto, sujetó la mano del pequeño y subió ágilmente al transporte.
El camino de retorno
estuvo dominado por la confusión y la somnolencia. Susana abrió la puerta para
recibir a su hijo que logró llegar a casa antes de desplomarse. Enseguida, la
mujer buscó ayuda médica. Después de los exámenes pertinentes, concluyeron: le
dieron escopolamina. La intención, claramente, era robarse a su hermano menor.
Juan Enrique Quiñónez,
representante adjunto Unicef, dijo en una entrevista que los motivos para la
sustracción de menores de edad pueden ser diversos, pero fundamentalmente se da
por redes de trata de niños y niñas, muchas veces con fines de explotación
laboral o sexual. “Esto es parte del crimen organizado, redes transnacionales
que se dedican a sustracción de menores y por eso es que es preciso actuar con
brevedad”, enfatizó. La ciudanía está alerta, porque el de Susana no es un caso
aislado. Existen más testimonios en los que los progenitores han tenido que
forcejear, a plena luz del día, con delincuentes, movilizados en taxis o motos.
Algunos disfrazados con uniformes de instituciones públicas. En un ambiente
así, de inseguridad e impunidad, se vuelve imprescindible actuar con más
cuidado y solidaridad.
Roque Rivas Zambrano
roque@lahora.com.ec
roque1rivasz@gmail.com
salvataje@yahoo.com
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