El 3 de junio, el mundo se conmovió con la muerte del
boxeador estadounidense Muhammad Ali, quien se destacó en su disciplina y se
constituyó en un referente para su generación en temas políticos y en las
luchas sociales a favor de los afroamericanos y del islam.
Tras su deceso, a los 74 años, en Phoenix (Arizona), los
medios y las redes sociales se inundaron de noticias sobre él. Titulares como
‘El señor del cuadrilátero’, ‘Ali: el rey del mundo’, ‘Muhammad Ali se jugó por
otros’ o ‘Muhammad Alí, un superhéroe de verdad’, dibujaron un ser que era,
como escribió John Carlin, en El País, “una especie de magia, una esquizofrenia
consciente, una energía tan ambigua como potente, y arrolladoramente
seductora”.
Los mensajes que sus fans difundieron dan cuenta de su espíritu
luchador e invencible. Expresiones como: “no te rindas, sufre ahora y vive el
resto de tu vida como un campeón” fueron fuente de inspiración para quienes
siguieron de cerca su carrera que terminó en 56 victorias, 37 de ellas por
nocaut.
Entre todas estas reconstrucciones del héroe, circula la
entrevista de la periodista italiana Oriana Fallaci en 1966. A través de la
descripción, y de la transcripción de las respuestas, Fallaci desnuda al ídolo
y muestra su lado oscuro, calificándolo como: “el símbolo de todo lo que se
necesita eliminar: el odio, la arrogancia, el fanatismo que no conoce barreras
geográficas”.
En lo poco que duró su conversación, Ali eructó varias veces
y lanzó el micrófono sobre su interlocutora. Habló de su superioridad, de la
decencia que deben tener las mujeres al vestir y de su amor a Elijah Muhammad,
líder de los musulmanes negros. La entrevista lo deja en evidencia, lo vuelve
humano. Al leer el texto la imagen del ídolo se descompone.
Roque Rivas
Zambrano
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salvataje@yahoo.com
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