viernes, 10 de enero de 2020

Desaparecidos


Cuando un familiar desaparece no hay olvido posible. La incertidumbre que se genera alrededor de su ausencia es una especie de alarma constante. Los pensamientos sobre su posible paradero son astillas en el cerebro que no deja jamás de maquinar. Quienes han padecido este calvario saben que no existe forma de permanecer indiferente, de quedarse impávido ante lo que no tiene una respuesta. Todo es válido para hacerse escuchar: consignas, carteles, plantones, veladas… La búsqueda incesante se vuelve una rutina.

Esa nueva manera de vivir ha juntado a cientos de personas, hermanadas por el dolor y por la indignación ante la injusticia. Es así como, en el 2012, se formó Asfadec: Asociación de Familiares y Amigos de Personas Desaparecidas en Ecuador.

En ese año, Walter Garzón, colombiano, vino a Quito a buscar a su hija Carolina, quien desapareció en el sector de Monjas. Ante la falta de respuestas, comenzó a protestar en la Plaza Grande, en el Centro Histórico. Conoció a Telmo Pacheco, Luis Sigchos y Ángel Cevallos, quienes también estaban en búsqueda de sus seres queridos. Decidieron crear un comité -que luego se convirtió en Asfadec- para exigir que el Estado cumpla con el deber de investigar los casos.

La labor de visibilización de esta Asociación y otros familiares de desaparecidos, como Alexandra Córdova, madre de David Romo, ha sido fundamental para concientizar a la ciudadanía sobre el impacto de esta problemática e incidir en las políticas públicas. Uno de sus logros más recientes es la Ley de Desaparecidos aprobada por la Asamblea. En esta normativa se contempla, entre otras cosas, que no concluirán las acciones de investigación, búsqueda y localización, hasta que exista la certeza sobre el paradero de la persona o cuando sus restos hayan sido encontrados e identificados.

Roque Rivas Zambrano


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