martes, 10 de mayo de 2016

El cronista argentino más querido en Italia

El argentino Martín Caparrós se convierte en el primer latinoamericano que gana el premio Tiziano Terziani.

Mirar, narrar, dudar. Esos son los verbos preferidos del periodista y escritor Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957). En eso anda metido desde hace 40 años. Y ese modo de mirar, narrar, dudar lo ha llevado a convertirse en el primer latinomericano en recibir el Premio Literario Internacional Tiziano Terziani -el gran periodista y escritor florentino, fallecido en 2004-, la noche del sábado en el Teatro Nuevo Giovanni de Udine, cerca de Trieste, la última ciudad fronteriza al norte del Belpaese.


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lunes, 9 de mayo de 2016

Lanzan el Consorcio de Periodismo de Investigación Autogestivo


La definición es globalmente conocida pero poco aplicada: el periodismo consiste en develar información socialmente relevante que los poderosos no quieren que se sepa. Irónicamente, el obstáculo más grande para poder cumplir con ese objetivo es que las empresas periodísticas se han transformado en uno de los actores de peso que muchas veces evitan que algunos hechos salgan a la luz.

Gana Donald Trump, fracasa el periodismo


Periodistas y medios de EE.UU. admiten haber hecho mal su trabajo en la cobertura de la campaña del magnate.


sábado, 7 de mayo de 2016

Las verdades de mi madre


Alberto Salcedo Ramos, Crónica, Resonancias.- A ella no le gustaban ni el ruido, ni la histeria, ni las parejas que se besaban en la calle, ni los niños que se sentaban a la mesa sin lavarse las manos, ni las mujeres que llamaban siete veces diarias a la casa del novio, ni los hombres que se descamisaban en público.

Todavía hoy me parece que su sentido del deber era dramático y en algunos casos hasta desconsiderado con ella misma.  También se me antojaba excesivo el rigor con el que solía entregarse a la búsqueda de la verdad, aun en los casos en que esa verdad podía resultarle adversa o dolorosa. Mi madre era incapaz de regalar un piropo en el que no creyera. 

Mi madre odiaba el engaño, así éste se mimetizara en un objetivo aparentemente razonable, como el de amortiguar la calamidad con una pirueta del lenguaje. Mi madre jamás se ponía capuchón para expresar -siempre en voz alta y sin rodeos- sus opiniones. Más de dos veces la vi correr el riesgo de decir la verdad incómoda a la que los demás le temían, simplemente porque para ella ninguna mentira era piadosa.

Cuando le salieron las canas, cuando le nacieron los primeros nietos, aprendió -cautelosa, sabia- a manejar sus propias intolerancias, para no sufrir a costa de ellas ni fastidiar a las demás personas con sus reclamos. Ya no perdía el tiempo amonestando a los ruidosos con una mirada fulminante, como en el pasado, sino que se apartaba del escándalo, en busca de una trinchera donde poner a salvo su tranquilidad.

En el centro de todo ese sentido psico-rígido del orden, mi madre era un melocotón que se deshacía en el paladar: nos hacía cosquillas hasta sacarnos las lágrimas, nos escondía un juguete cualquiera y nos retaba a que lo encontráramos, mientras iba repitiendo en voz alta las palabras “frío”, “tibio”, “caliente”, según estuviéramos lejos o cerca de lograr el objetivo; nos daba un confite de almendra por cada beso sonoro que estampáramos en sus mejillas. Si yo pudiera morir acostado en mi cama mientras contemplo los arabescos de las telarañas en el techo, y si tuviera, además, la oportunidad de elegir en ese momento la imagen con la cual quisiera irme de este mundo, escogería el siguiente recuerdo. Veinticuatro de diciembre de 1973. Yo tenía diez años. Estaba estrenando un pantalón blanco de lino que mi madre me había regalado ese mismo día, por la tarde, con una de sus advertencias favoritas:

- Ya sabes, m’ijo: este pantalón es muy elegante. Trátalo como si fuera un arreo de la iglesia.

Sin embargo, esa noche, en vez de andarme con remilgos para proteger el pantalón como ella proponía, me fui a merodear por el cine de Arenal, el pueblo en el que vivíamos. La calle, que en aquel tiempo no había sido pavimentada, era una polvareda de espanto debido a la aglomeración de gente. La muchedumbre estaba reunida alrededor de una mesa de madera rústica, sobre la cual giraba una ruleta llena de números. Yo me quedé fascinado frente a los colores de la rueda, frente al sonido que producía cuando rotaba, frente a los alaridos tremendos de los adultos. Me impresionaba – supongo – el poder imprevisible del azar. Entonces me animé a apostar los cinco pesos que me había regalado mi tío Gonzalo y, para mi sorpresa, gané: de un solo tirón resulté embolsándome treinta y cinco pesos. Con las ganancias compré, entre otras cosas, una empanada de huevo para obsequiársela a mi madre. Estaba tan embriagado por el sabor del triunfo, que me guardé la empanada en el bolsillo izquierdo del pantalón. Mientras corría desbocado hacia la casa, sentía la sensación de llevar en el muslo un tizón prendido. En cuanto llegué, mi madre notó, aterrorizada, el círculo amarillento de grasa que había convertido mi pantalón, mi fino pantalón, en un trapo de miseria. En seguida corrió hacia mí con el rostro transfigurado por la furia. Era evidente que se aprestaba a troncharme la cabeza. En ese momento me saqué el paquete del bolsillo y le dije:

-Mira lo que te compré, mami.

Su semblante pasó sin ninguna transición de la rabia al regocijo. Me besó en la frente una y otra vez, me apretó emocionada contra su pecho, los ojos llorosos, la risa alborozada, como celebrando de golpe la ruina del pantalón, solo porque le permitía recibir aquel detalle cariñoso de su hijo bruto. A menudo, cuando las cosas no van bien para mí, me aferro a este recuerdo estremecedor como el náufrago al salvavidas.

En mayo del año 2000, cuando me enteré de que mi madre padecía cáncer de páncreas, les rogué a los médicos que le ocultaran la verdad. Quería evitar que el susto la matara antes que la enfermedad. Los médicos desoyeron mis súplicas y le aventaron la mala noticia de un modo que a mí se me antojó demasiado brutal. Ella se impresionó mucho, lloró, rezó, dijo que quería seguir viva. Sin embargo, no resistió la cirugía que le practicaron. A veces creo que no la mató el bisturí sino la angustia de saber que estaba gravemente enferma. Entonces repruebo al doctor que, en contra de mi voluntad, se atrevió a contarle el mal que tenía. Pero al final termino entendiendo que mi madre, mujer de una sola pieza hasta el último aliento, no hubiera aceptado ni siquiera esa mentira.


Reportear la tragedia


Con el terremoto del 16 de abril, que devastó varias provincias, entre ellas Manabí y Esmeraldas, los medios de comunicación se organizaron para enviar personal que pudiera cubrir lo que sucedía en la zona del desastre.

Las críticas al ejercicio periodístico fueron diversas. Se condenó el hecho de que después de las primeras horas no se emitiera noticia sobre este hecho en televisión. Posteriormente, se habló de la valentía de aquellos que, a pesar de las condiciones, transmitieron lo que estaba sucediendo en las zonas afectadas.

Luego, cuando el Presidente anunció las medidas económicas, se dijo que la información que se difundía era altamente politizada y que eso no era provechoso ni sumaba nada en medio de la situación del país.

Quiero destacar dos ejercicios de periodismo narrativo que me conmovieron. Allen Panchana escribió para el portal ‘Clases de Periodismo’ un artículo titulado ‘Ser periodista a veces duele’. En él describe su viaje hasta Portoviejo junto al equipo de Visión 360 de Ecuavisa.

Allí se encontró con Isabel, una mujer de falda larga y camiseta gris, que escarbaba entre fierros retorcidos y toneladas de ruinas. Luchaba por recuperar los restos de su hermano, atrapados entre los escombros de la farmacia que había llegado a comprar.

Panchana, en su escrito, no solo hace un recuento de los casos dramáticos que tuvo que presenciar, sino que además emprende un ejercicio retrospectivo en el que analiza su tarea y de lo doloroso que puede resultar.

Otra experiencia es la de Diego Cifuentes, un fotógrafo que después de recorrer Perdernales, La Chorrera, El Carmen, entre otros lugares, escribe la crónica ‘Nunca nos miraron’. Estas crónicas han sido reconocidas y conforman un ejemplo de cómo se debe hacer reporterismo en medio del desastre.

Roque Rivas Zambrano
roque@lahora.com.ec
roque1rivasz@gmail.com
salvataje@yahoo.com

La Hora

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‘Ser periodista a veces duele’

La vida en 42 segundos
Revista Vistazo

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Nunca nos miraron

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jueves, 5 de mayo de 2016

Los premios Ortega reconocen el periodismo valiente


El Rey destaca cómo El País afronta la transformación digital sin renunciar a sus principios de “calidad, modernidad y excelencia”.

El País de España.- El diario El País  de España celebró este jueves de manera solemne sus 40 años al servicio de la democracia, de la libertad y de sus millones de lectores en todo el mundo. El marco fue la entrega de los Premios Ortega y Gasset de Periodismo, en su 33ª edición, durante una ceremonia presidida por los Reyes en la que resaltó sobre todo el compromiso del diario con la modernización de España a lo largo de estas cuatro décadas.

El Rey entregó los premios a los galardonados -Joseph Zárate, Lilia Saúl, Ginna Morelo, Samuel Aranda y Adam Michnik-, junto a doña Letizia y Juan Luis Cebrián, primer director de El País y actual presidente del diario y del grupo PRISA.

Felipe VI destacó que el rotativo ha sido “testigo y altavoz de los grandes acontecimientos y las transformaciones experimentadas por nuestra sociedad en los últimos decenios”.

El Rey, quien evocó las figuras de los fundadores del periódico (José Ortega Spottorno, Jesús Polanco y Juan Luis Cebrián), agradeció la labor jugada por este diario en su empeño por impulsar el proyecto “con todo el compromiso profesional, intelectual y social que merece y que lo caracteriza”.

Joseph Zárate
Máxima Acuña la dama de la Laguna Azul versus la Laguna Negra (Premio)

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Lilia Saúl
¿Qué es “Desaparecidos”? (Premio)

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Ginna Morelo
¿Qué es “Desaparecidos”? (Premio)
“El periodismo requiere tanta actualización como la Medicina” (Entrevista)

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Adam Michnik
“Los buenos periodistas saben que este es un oficio difícil”
Adam Michnik, premiado por los Ortega y Gasset por su trayectoria profesional, analiza el futuro del periodismo y la deriva autoritaria que azota Polonia.

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Samuel Aranda

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La periodista mexicana Anabel Flores fue asesinada por el crimen organizado por su trabajo


El Fiscal de Veracruz, México, afirma que sus publicaciones "afectaron a los intereses" del narco.

El País de España.- Al contrario de otros asesinatos de periodistas en México en los que las causas del crimen se pierden en la niebla o entre rumores de que no tuvieron que ver con su oficio, el de Anabel Flores se concreta: la mataron por su trabajo. Por "unas publicaciones que afectaban los intereses de un grupo delincuencial", según ha dicho este jueves Luis Ángel Bravo, fiscal de Veracruz, un Estado con fuerte presencia del crimen organizado y paradigma de la violencia contra la prensa en este país, uno de los vectores de la crisis de derechos humanos que atraviesa México.