lunes, 30 de octubre de 2017

Cada cuatro días muere un periodista


Mario Antonio Sandoval, Prensa Libre.- Desde el 2004 a la fecha, 930 periodistas han sido asesinados en todo el mundo, lo cual significa un promedio de uno cada cuatro días. Los datos me llegaron en una carta de Unesco, firmada por Frank LaRue, subdirector general de comunicación e información, quien indica un dato adicional: apenas el 10% de los casos han sido resueltos. Ese dato comprueba el peligro implícito en el ejercicio del periodismo, y el primer pensamiento se debe referir a cuál será la razón para convencer a alguien de enrolar las filas de una actividad no sólo incomprendida, sino muchas veces injustamente criticada, rechazada y repudiada por representantes de prácticamente la totalidad de sectores sociales, sobre todo de países sumergidos en el pantano del subdesarrollo.

El informe de Unesco otorga otras cifras significativas. Durante el año pasado, el número de periodistas asesinados por país el año son: Afganistán y México, 13 cada uno; Yemen, 11; Irak, Siria, 8; Guatemala, 7; Brasil e India, 5; Pakistán, 4; Libia, Somalia y Turquía, 3 cada uno; Bangladesh, Finlandia y Filipinas, 2 cada uno; y con uno cada uno, Burkina Faso, Congo, El Salvador, Guinea, Honduras, Jordania, Myanmar, Perú, Serbia, Sudán del Sur, Ucrania y Estados Unidos. En la cuenta negra de América Latina, Guatemala, con 7, ocupa el segundo lugar, después de México, con 13; en total han muerto en este continente 24 periodistas, por lo cual las cifras mexicana y guatemalteca significan el 54% y el 29% respectivamente.

El periodismo ha tenido un repunte de agresiones en países donde la libertad de prensa y en general, de expresión, ha sido tradicional y considerada parte de la fuerza social. El caso más notorio es el de Estados Unidos, donde Donald Trump se ha esforzado no solo por atacar a la prensa independiente en forma directa a través de su increíble “tweetocracia”, sino está en una lucha de la imposición de palabras sin ningún sentido lógico como “postverdad” un término absurdo porque el sufijo “pos” o “post, al menos en español significa “detrás de”, en su sentido de oculto, escondido. Al emplearlo para definir sus declaraciones o escritos en las redes sociales, confunde a quienes lo leen a causa de divulgar masiva y universalmente palabras sin sentido lógico.

Es muy importante señalar un factor nuevo: el beneficio de las ediciones electrónicas de la prensa seria, profesional. Conforme el gran público se vaya dando cuenta del peligro de creer cualquier pasquín anónimo llegado por las redes sociales, el nombre, el logotipo de los medios tradicionales afianzará su importancia. Mientras eso ocurra, el periodismo mantendrá el doloroso nivel de peligro y de riesgo no sólo para quienes lo ejercen, sino para sus esposas, hijos, padres, quienes son en realidad las verdaderas víctimas de la libertad de prensa y de emisión del pensamiento. Si cada periodista asesinado tenía cuatro familiares en esos años de la medición de Unesco, significa 3,720 deudos. Con algo más: muy probablemente la cifra es superior.

En Guatemala hay ejemplos de rechazo al periodismo independiente y desde diferentes sectores, al igual que los políticos, se pretende señalar a los periodistas como “destructores del país”, es decir de Guatemala. Esto es una muestra del desinterés o la incapacidad de entender la labor periodística sin ataduras, cayendo en el simplismo de verla solo en la dicotomía de amiga o enemiga, de buscar mala intención en el hecho de informar, como si los hechos no fueran tan elocuentes, y la mayor muestra de estulticia recae sobre la publicación de opiniones. Por ello no es exagerado recordar la añeja impopularidad del periodismo no entregado a gente o grupos de presión. Unesco podría hacer algún estudio sobre este rechazo, por ser peligroso para el periodista y las audiencias.


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Razón de la crítica en el periodismo
Por Mario Antonio Sandoval, Prensa Libre. Algunos obcecados contra el periodismo independiente le lanzan diatribas por considerar un abuso criticar a gobiernos, presidentes, etc. No importa si el fanatismo es “de derecha” o “de izquierda”. Quienes están cercanos a estos funcionarios públicos pronto descubren la ventaja de alabar todas sus prácticas para el arribismo y tratan de descalificar a los críticos, sobre todo a los de vasta experiencia profesional, porque “nunca han sido presidentes”. Pero esas horas de vuelo permiten a los mandatarios, por definición inexpertos en el arte de gobernar, darse cuenta de cuándo serán cometidos errores. Los han atestiguado antes.

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