Mario Antonio Sandoval, Prensa Libre.- Desde el 2004 a la fecha, 930 periodistas han sido
asesinados en todo el mundo, lo cual significa un promedio de uno cada cuatro
días. Los datos me llegaron en una carta de Unesco, firmada por Frank LaRue,
subdirector general de comunicación e información, quien indica un dato
adicional: apenas el 10% de los casos han sido resueltos. Ese dato comprueba el
peligro implícito en el ejercicio del periodismo, y el primer pensamiento se
debe referir a cuál será la razón para convencer a alguien de enrolar las filas
de una actividad no sólo incomprendida, sino muchas veces injustamente
criticada, rechazada y repudiada por representantes de prácticamente la
totalidad de sectores sociales, sobre todo de países sumergidos en el pantano
del subdesarrollo.
El informe de Unesco otorga otras cifras significativas.
Durante el año pasado, el número de periodistas asesinados por país el año son:
Afganistán y México, 13 cada uno; Yemen, 11; Irak, Siria, 8; Guatemala, 7;
Brasil e India, 5; Pakistán, 4; Libia, Somalia y Turquía, 3 cada uno;
Bangladesh, Finlandia y Filipinas, 2 cada uno; y con uno cada uno, Burkina
Faso, Congo, El Salvador, Guinea, Honduras, Jordania, Myanmar, Perú, Serbia,
Sudán del Sur, Ucrania y Estados Unidos. En la cuenta negra de América Latina,
Guatemala, con 7, ocupa el segundo lugar, después de México, con 13; en total
han muerto en este continente 24 periodistas, por lo cual las cifras mexicana y
guatemalteca significan el 54% y el 29% respectivamente.
El periodismo ha tenido un repunte de agresiones en países
donde la libertad de prensa y en general, de expresión, ha sido tradicional y
considerada parte de la fuerza social. El caso más notorio es el de Estados
Unidos, donde Donald Trump se ha esforzado no solo por atacar a la prensa
independiente en forma directa a través de su increíble “tweetocracia”, sino
está en una lucha de la imposición de palabras sin ningún sentido lógico como
“postverdad” un término absurdo porque el sufijo “pos” o “post, al menos en
español significa “detrás de”, en su sentido de oculto, escondido. Al emplearlo
para definir sus declaraciones o escritos en las redes sociales, confunde a
quienes lo leen a causa de divulgar masiva y universalmente palabras sin
sentido lógico.
Es muy importante señalar un factor nuevo: el beneficio de
las ediciones electrónicas de la prensa seria, profesional. Conforme el gran
público se vaya dando cuenta del peligro de creer cualquier pasquín anónimo
llegado por las redes sociales, el nombre, el logotipo de los medios
tradicionales afianzará su importancia. Mientras eso ocurra, el periodismo
mantendrá el doloroso nivel de peligro y de riesgo no sólo para quienes lo
ejercen, sino para sus esposas, hijos, padres, quienes son en realidad las
verdaderas víctimas de la libertad de prensa y de emisión del pensamiento. Si
cada periodista asesinado tenía cuatro familiares en esos años de la medición
de Unesco, significa 3,720 deudos. Con algo más: muy probablemente la cifra es
superior.
En Guatemala hay ejemplos de rechazo al periodismo
independiente y desde diferentes sectores, al igual que los políticos, se
pretende señalar a los periodistas como “destructores del país”, es decir de
Guatemala. Esto es una muestra del desinterés o la incapacidad de entender la
labor periodística sin ataduras, cayendo en el simplismo de verla solo en la
dicotomía de amiga o enemiga, de buscar mala intención en el hecho de informar,
como si los hechos no fueran tan elocuentes, y la mayor muestra de estulticia
recae sobre la publicación de opiniones. Por ello no es exagerado recordar la
añeja impopularidad del periodismo no entregado a gente o grupos de presión.
Unesco podría hacer algún estudio sobre este rechazo, por ser peligroso para el
periodista y las audiencias.
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Razón de la crítica en el periodismo
Por Mario Antonio Sandoval, Prensa Libre. Algunos obcecados
contra el periodismo independiente le lanzan diatribas por considerar un abuso
criticar a gobiernos, presidentes, etc. No importa si el fanatismo es “de
derecha” o “de izquierda”. Quienes están cercanos a estos funcionarios públicos
pronto descubren la ventaja de alabar todas sus prácticas para el arribismo y
tratan de descalificar a los críticos, sobre todo a los de vasta experiencia
profesional, porque “nunca han sido presidentes”. Pero esas horas de vuelo
permiten a los mandatarios, por definición inexpertos en el arte de gobernar,
darse cuenta de cuándo serán cometidos errores. Los han atestiguado antes.
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