El Valle del Río
Chone, estuvo habitado por distintas fases culturales entre las que anotamos:
Valdivia, Machalilla, Chorrera, Bahía, Guangala, Jama-Coaque y, posiblemente,
Manta-Huancavilca. Esta última fue la que encontraron los españoles cuando
arribaron a las costas centrales de Manabí.
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Chone (en su nombre
indígena, Pechance o Pechonce), también conocido como Chone de Indias o Pueblo
Viejo de Chone, es una ciudad del Ecuador, cabecera cantonal del homónimo
cantón de Chone, situada en la Provincia de Manabí, a orillas del río Chone. Fue
fundada como ciudad el 7 de agosto de 1735 bajo el nombre de La Visorreinal
Santísima Villa Rica de la Bendita Providencia de San Cayetano de Chone, en
alusión a San Cayetano de Thiene y a la Ciudad de Los Reyes. El nombre de Chone
en la actualidad formalmente se reduce simplemente al de Villa Rica de San
Cayetano de Chone como debería constar en los documentos oficiales.
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El recuperación de Roque Rivas Zambrano.
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Rody Rivas Zambrano, periodista.
El mes de abril de
1978 fue particularmente lluvioso. El río Las Delicias que atravesaba la finca
de mi padre pasó represado todo el invierno por el efecto de las crecidas del
Quinindé que se inundaba todos los días represando a su paso a todos los ríos de
menor caudal. Había meses en que los campesinos no pudieron sacar sus cosechas
ni en sus acémilas, ni tampoco en las canoas de motor. En ambos casos era una
travesía repleta de peligros y, la verdad, no valía la pena arriesgarse. En
muchas ocasiones, las cosechas se perdían o pudrían en los árboles,
irremediablemente.
Recuerdo, como si
fuera hoy, que mientras mi madre preparaba el almuerzo para los trabajadores,
encendía la radio y escuchaba los comunicados para las familias de los recintos
cercanos; algunos de esos comunicados eran para anunciar la muerte de algún
familiar. Así se enteró mi padre de la muerte de mi abuela. Él no pudo
despedirse de ella porque el implacable invierno no le permitió el viaje. Los
puentes de caña y alambre fueron arrasados y toda las vías desaparecieron por
efectos de la maleta que creció y engulló los caminos.
Un día yo estaba
jugando en la sala de mi casa y de pronto escuchamos una algarabía en el patio.
Las gallinas corrían despavoridas, los perros ladraban sin césar y las palomas
de castilla no sabían dónde ocultarse. Se trataba de un Gavilán Pollero que se
estaba robando los pollitos de una “cluequera”... En cuestiones de segundos
agarró cuatro pollitos que tenían pocos días de nacidos. Mi madre cogió uno de
los machetes de la cocina y bajó corriendo para darle caza al ladrón el cual,
en cuestión de segundos, tomó el vuelo y se posó en un árbol llamado Naranjillo
desde donde esperaba un descuido de la madre gallina para robarle a sus hijos.
Ese día mi madre me
encomendó cuidar a los pollitos y no dejar que aquella ave se siga adueñando de
lo que no era suyo. Así estuve hasta que un día me llamó desde la azotea y me
pidió que cogiera el caballo blanco; un percherón, noble y manso, en el que
cabalgamos todos los niños de la familia. Me dijo que lo ensillara con montura
y freno, para que le fuera a dejar las tongas a los trabajadores que ese día
desbrotaban el potrero de los güecarrones; se llamaba así porque cerca de ellos
había tres enormes socavones en la tierra; con cuevas y miles de murciélagos en
sus entrañas.
Así lo hice y fue mi
madre quien arregló el costal en el caballo con las nueve tongas; ocho para los
trabajadores y otra para mí. Cuando llegué, los trabajadores se lavaron las
manos y el rostro sudado en un ojo de agua, cogieron cada uno su tonga y se
sentaron debajo de unos naranjos donde habían hecho un tendido con hojas de
bijao. Yo me senté al lado de mi padre quien me ayudó a desenvolver aquel
manjar. Fue la primera vez que probaba aquella comida envuelta en hojas de
plátano. Su contenido era delicioso. Una ración de arroz con una pasta
exquisita de maní, acompañado de dos rodajas de maduro frito y estofado de
gallina criolla. Desde aquel día me declaré en el “transportador oficial” de
las tongas a los trabajadores.
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Alberto Espinel, propietario de la radio Unión.
El Diario. Y es que Don Alberto, como le conocían sus oyentes y
amigos, fue por muchos años propietario de la conocida Radio Unión de Chone. Él
falleció la madrugada de ayer, luego de luchar por varios meses contra el
cáncer. El comunicador Bismark Cevallos recordó que el 27 de noviembre de 1974
Alberto Espinel tuvo la oportunidad de tener su propia emisora en frecuencia
AM, con programas de deportes, musicales, noticieros y otros segmentos.
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Alberto Enrique Espinel Álvarez, periodista de Chone.
El Diario. Este lunes 10 de septiembre del 2018 cerca de las 02h30
falleció el reconocido comunicador Alberto Enrique Espinel Álvarez en la ciudad
de Chone. Espinel fue el fundador de radio Unión de Chone por los años 1974,
una de las más prestigiosas de este cantón manabita, actualmente se desempeñaba
como el propietario y director de este medio de comunicación. "En el
corazón del pueblo" es una de las frases que la radio desde esa época
hasta la actual proyectaba a su audiencia, cientos de oyentes a través de las
redes sociales han expresado sentimientos de tristeza a los manos del
radiodifusor.
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La Hora. Argemiro Andrade Díaz, un chonero vinculado a la
comunicación social y emprendedor en sus labores diarias, falleció la mañana de
ayer en la tierra que lo vio nacer un ocho de septiembre de 1922. Un paro
cardíaco hizo que se apague la voz que levantaba la autoestima y que a través
del micrófono cuestionaba por el desarrollo del cantón Chone. Su desaparición
enluta a distinguidas familias de la ciudad, provincia y el país. Su cuerpo es
velado en su domicilio, ubicado en las calles Washington y Colón, hasta hoy a
las 16h00 cuando sea trasladado al cementerio Jardín de los Recuerdos.
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