sábado, 27 de junio de 2020

Chone-Manabí


El Valle del Río Chone, estuvo habitado por distintas fases culturales entre las que anotamos: Valdivia, Machalilla, Chorrera, Bahía, Guangala, Jama-Coaque y, posiblemente, Manta-Huancavilca. Esta última fue la que encontraron los españoles cuando arribaron a las costas centrales de Manabí.

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Chone (en su nombre indígena, Pechance o Pechonce), también conocido como Chone de Indias o Pueblo Viejo de Chone, es una ciudad del Ecuador, cabecera cantonal del homónimo cantón de Chone, situada en la Provincia de Manabí, a orillas del río Chone. Fue fundada como ciudad el 7 de agosto de 1735 bajo el nombre de La Visorreinal Santísima Villa Rica de la Bendita Providencia de San Cayetano de Chone, en alusión a San Cayetano de Thiene y a la Ciudad de Los Reyes. El nombre de Chone en la actualidad formalmente se reduce simplemente al de Villa Rica de San Cayetano de Chone como debería constar en los documentos oficiales.

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El recuperación de Roque Rivas Zambrano.

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Rody Rivas Zambrano, periodista.


El mes de abril de 1978 fue particularmente lluvioso. El río Las Delicias que atravesaba la finca de mi padre pasó represado todo el invierno por el efecto de las crecidas del Quinindé que se inundaba todos los días represando a su paso a todos los ríos de menor caudal. Había meses en que los campesinos no pudieron sacar sus cosechas ni en sus acémilas, ni tampoco en las canoas de motor. En ambos casos era una travesía repleta de peligros y, la verdad, no valía la pena arriesgarse. En muchas ocasiones, las cosechas se perdían o pudrían en los árboles, irremediablemente.

Recuerdo, como si fuera hoy, que mientras mi madre preparaba el almuerzo para los trabajadores, encendía la radio y escuchaba los comunicados para las familias de los recintos cercanos; algunos de esos comunicados eran para anunciar la muerte de algún familiar. Así se enteró mi padre de la muerte de mi abuela. Él no pudo despedirse de ella porque el implacable invierno no le permitió el viaje. Los puentes de caña y alambre fueron arrasados y toda las vías desaparecieron por efectos de la maleta que creció y engulló los caminos.

Un día yo estaba jugando en la sala de mi casa y de pronto escuchamos una algarabía en el patio. Las gallinas corrían despavoridas, los perros ladraban sin césar y las palomas de castilla no sabían dónde ocultarse. Se trataba de un Gavilán Pollero que se estaba robando los pollitos de una “cluequera”... En cuestiones de segundos agarró cuatro pollitos que tenían pocos días de nacidos. Mi madre cogió uno de los machetes de la cocina y bajó corriendo para darle caza al ladrón el cual, en cuestión de segundos, tomó el vuelo y se posó en un árbol llamado Naranjillo desde donde esperaba un descuido de la madre gallina para robarle a sus hijos.

Ese día mi madre me encomendó cuidar a los pollitos y no dejar que aquella ave se siga adueñando de lo que no era suyo. Así estuve hasta que un día me llamó desde la azotea y me pidió que cogiera el caballo blanco; un percherón, noble y manso, en el que cabalgamos todos los niños de la familia. Me dijo que lo ensillara con montura y freno, para que le fuera a dejar las tongas a los trabajadores que ese día desbrotaban el potrero de los güecarrones; se llamaba así porque cerca de ellos había tres enormes socavones en la tierra; con cuevas y miles de murciélagos en sus entrañas.

Así lo hice y fue mi madre quien arregló el costal en el caballo con las nueve tongas; ocho para los trabajadores y otra para mí. Cuando llegué, los trabajadores se lavaron las manos y el rostro sudado en un ojo de agua, cogieron cada uno su tonga y se sentaron debajo de unos naranjos donde habían hecho un tendido con hojas de bijao. Yo me senté al lado de mi padre quien me ayudó a desenvolver aquel manjar. Fue la primera vez que probaba aquella comida envuelta en hojas de plátano. Su contenido era delicioso. Una ración de arroz con una pasta exquisita de maní, acompañado de dos rodajas de maduro frito y estofado de gallina criolla. Desde aquel día me declaré en el “transportador oficial” de las tongas a los trabajadores.

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Alberto Espinel, propietario de la radio Unión.

El Diario. Y es que Don Alberto, como le conocían sus oyentes y amigos, fue por muchos años propietario de la conocida Radio Unión de Chone. Él falleció la madrugada de ayer, luego de luchar por varios meses contra el cáncer. El comunicador Bismark Cevallos recordó que el 27 de noviembre de 1974 Alberto Espinel tuvo la oportunidad de tener su propia emisora en frecuencia AM, con programas de deportes, musicales, noticieros y otros segmentos.

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Alberto Enrique Espinel Álvarez, periodista de Chone.

El Diario. Este lunes 10 de septiembre del 2018 cerca de las 02h30 falleció el reconocido comunicador Alberto Enrique Espinel Álvarez en la ciudad de Chone. Espinel fue el fundador de radio Unión de Chone por los años 1974, una de las más prestigiosas de este cantón manabita, actualmente se desempeñaba como el propietario y director de este medio de comunicación. "En el corazón del pueblo" es una de las frases que la radio desde esa época hasta la actual proyectaba a su audiencia, cientos de oyentes a través de las redes sociales han expresado sentimientos de tristeza a los manos del radiodifusor.

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La Hora. Argemiro Andrade Díaz, un chonero vinculado a la comunicación social y emprendedor en sus labores diarias, falleció la mañana de ayer en la tierra que lo vio nacer un ocho de septiembre de 1922. Un paro cardíaco hizo que se apague la voz que levantaba la autoestima y que a través del micrófono cuestionaba por el desarrollo del cantón Chone. Su desaparición enluta a distinguidas familias de la ciudad, provincia y el país. Su cuerpo es velado en su domicilio, ubicado en las calles Washington y Colón, hasta hoy a las 16h00 cuando sea trasladado al cementerio Jardín de los Recuerdos.

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