sábado, 28 de septiembre de 2019

Choque cultural


Uno de mis hijos regresó de Oklahoma, Estados Unidos. Viajó para hacer una pasantía, en esa ciudad, cuyo significado, literalmente, es “gente roja”. Las anécdotas del lugar son innumerables, pero una en particular es lo que implica el choque cultural.

Donde se hospedó organizaron un ‘barbecue’ y lo invitaron. Cuando decidió acercarse a saludar a los invitados con naturalidad. Había dos mujeres mayores a las que les dio un beso en la mejilla. Sintió tensión en el ambiente. Todos se quedaron extrañados.

Al final de la jornada, uno de los asistentes, que pensó que mi hijo venía de España -porque hablaba español, seguramente- creyó que debía ser solidario con el invitado extranjero y se despidió de él con doble beso. Alguien le había dicho que se acostumbraba en esas tierras. Mi hijo quedó desconcertado.

Pasaron los días y el profesor del laboratorio comentó que en la universidad hubo un chico latino que llegó para hacer su doctorado. Tenía la costumbre de arrimar su brazo en el hombro de las personas mientras conversaba o, incluso, darles palmadas en la espalda al saludar.

A una de sus profesoras este comportamiento la incomodó tanto que terminó denunciándolo por acoso sexual. Cuando el maestro terminó el relato, mi hijo ató cabos y comprendió la tensión de las señoras a las que saludó con beso, la tarde de la parrillada. El profesor concluyó: “Esta es la cultura del no contacto”
.
Los norteamericanos tienden a dejar cierta distancia entre ellos al charlar. Cada persona tiene un espacio delimitado por una línea imaginaria, que marca el diámetro que no puede ser invadido por los otros. Si alguien pasa este cerco, se sienten incómodos e intentan alejarse. Esta, la lección del cero contacto, es la que todo latino debe aprender antes de viajar para evitar el choque cultural.

Roque Rivas Zambrano


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