miércoles, 4 de enero de 2017

Día del Periodista: Eugenio Espejo, ‘el habitante de la noche’

Eugenio Espejo.

Eugenio de Santa Cruz y Espejo, gestor del periodismo ecuatoriano, padeció la cárcel y murió carcomido por las frías mazmorras coloniales. Fue el editor del periódico "Primicias de la Cultura de Quito", que se publicó por primera vez en el año de 1792. Sus textos irreverentes provocaron que las autoridades de la colonia lo enjuiciaran numerosas veces. El cinco de enero es una fecha emblemática porque se conmemora aparición de esta publicación. El escritor Isacc Barrera destaca en su Historia de la Literatura Ecuatoriana que este periódico fue un ‘primer grito’ de independencia, anterior al del 10 de Agosto de 1809. “Produjo la revolución porque creó al hombre que había de tomar parte en ella. Era el periódico abriéndose paso en el alma de las multitudes para establecer un nuevo estado del que había que salir la insurrección y la nacionalidad. Desde ese momento tomó existencia el Ecuador”.

Antecedentes

Nacido en 1747, Eugenio de Santa Cruz y Espejo fue en su tiempo la encarnación más poderosa del talento, del saber erudito, del dinamismo patriota y la fecundidad literaria.

Hijo de padre indio y madre mulata, hizo cuanto pudo para trascender en la vida. Urgido por su idealismo patriótico y avidez intelectual, fue lector incansable de cuantos libros rondaron por Quito. Asistió a varias facultades de la Universidad hasta conquistar los títulos en letras y Filosofía, Derecho y Medicina.

Luchó como un zapador, agazapado en las sombras, abriendo espacio en la obscuridad hacia la luz, minando sigilosamente el pesado edificio de la feudalidad colonial.

De frente o escondido, llevó con sus escritos la razón y la luz, con la diatriba, la ironía, el sarcasmo, la sátira y a veces la burla y el panfleto.

Su existencia se desenvolvió en un ambiente colonial denso e inhóspito, trabado por el odio, la maledicencia y la burla. El mismo se vio escarnecido por una sociedad estamental que no admitía posibilidades para las castas serviles -indios, negros y mulatos-, de dónde provenía.

Espejo fue un hombre del iluminismo y su pensamiento pertenece a la “ilustración”. Autodidacta solitario, zahareño y taciturno, iluminó de humana ternura los cantos ásperos de su pluma por medio del periódico -Primicias de la Cultura de Quito-, a través del cual se convirtió en auténtico pedagogo del periodismo como un siglo más tarde lo sería ese otro gran solitario, también zahareño y taciturno: don Juan Montalvo.

En Espejo el descontento fue una fuerza gravitatoria y arisco como el búho cuyo nombre quechua, parece haber sido su apelativo aborigen.

Espejo fue la rebeldía soterrada que cavó obscuras galerías hacia una libertad presentida y avizoró una patria liberada. Su infancia y mocedad transcurrieron en el ambiente del hospital de la Misericordia, donde fue una especie de vigilante nocturno de agonías y cuyas lámparas de estudioso iluminaba hasta altas horas de la noche colonial.

A los quince años, según confesión autobiográfica, “deseó ardientemente ser conocido por bello espíritu y, aunque logró las celebridades de los jesuitas, el vulgo lo despreció”.

A los veinte años recibió de manos del padre Nicolás García, rector de la Facultad de la Orden Dominicana, el título de doctor en medicina. Pero sólo en 1772 pidió autorización del cabildo para ejercer la profesión, la que le fue otorgada a condición de practicar un año más en el hospital de la Misericordia.

Sus obras

Entre 1793 y 1794, dos años antes de morir, se amontonaban los títulos de sus obras. En 1779 apareció su “Nuevo Luciano, o Despertador de los ingenios”, en el que concreta su doctrina estética.

En 1780 apareció la “Carta al Padre La Graña sobre indulgencias” y en el mismo año escribió “Sermón de San Pedro”, “La Ciencia Blancardina”, y “Marco Porcio Catón”.

En 1785 aparece su obra de mayor duración: “Las reflexiones acerca del contagio de las viruelas”.

Al año siguiente, la “Defensa de los curas de Riobamba” y en 1787 las “Cartas riobambenses” a las que siguió la “Resurrección” ante el presidente Villalengua y Marfil y Don José Benito Quiroga. En 1791, aparece “Primicias de la Cultura de Quito”, que inicia el periodismo ecuatoriano.

Al año siguiente escribió “Voto de un Ministro Togado de la Audiencia de Quito”, en el que expone sus ideas económicas y en 1792 y 1794, la “Segunda carta teológica” y el primero y segundo de los “Panegíricos a Santa Rosa”.

La obra literaria de Espejo, que abarca tres lustros, refleja en forma dramática la dubitación entre el afán de esconderse y el deseo de expresarse.

El carácter crítico de sus escritos pronto le acarrearía, especialmente el Nuevo Luciano, qué, según el presidente de la Real Audiencia, tuvo la osadía y el atrevimiento de increpar a España. Bajo estos argumentos quisieron deshacerse de él nombrándolo médico de una expedición que iría a fijar los límites sobre el Marañón, más, como Espejo rehuyó, lo hicieron prisionero como “reo de grave atentado”. Este proceso le llevó a tener muchos contratiempos.

Pero en 1787 fue tomado otra vez preso y cargado de cadenas. Él mismo se refiere a esa presión diciendo: “El aparato ignominioso con que se me arrestó en claro día; los grillos, secuestro de todo papel y finalmente el estrépito que se puede usar con un facineroso, dieron a Riobamba, Ambato, Latacunga y Quito la idea de que yo era un reo de Estado”.

En esta ocasión, la causa del arresto fue la denuncia de ser Espejo autor de un panfleto titulado: “Retrato de un Golilla”, calificado por Villalengua y Marfil de “atroz, sangriento y sediciosa sátira”. El escrito constaba de dos partes; la primera califica a Carlos III de rey de bajaras y la segunda era contra José Gálvez, marqués de la Sonora y ministro universal de indias, al que se amenazaba con un levantamiento como el de Tupac Amaru y Tupac Catari.

El proceso fue ventilado después en Bogotá, capital del Virreinato, al que estaba adscrita la Real Audiencia de Quito; Espejo sería absuelto el 2 de octubre de 1789.

Seguro conocedor de la obra de Rouseau, Voltaire y de los enciclopedistas, en Bogotá entró en contacto con personajes que serían después próceres de la independencia. Estableció amistad con Antonio Nariño y Francisco Antonio Zea. En Quito tuvo amistad también con el Marqués de Selva Alegre.

Zapador silencioso en el campo de las ideas políticas, fue un gran agitador de conciencias. Y fueron los hombres educados bajo esas ideas nuevas, como su amigo y discípulo don Juan Pío de Montúfar, marqués de Selva Alegre y Juan de Dios Morales, quienes encendieron trece años después de su muerte, el 10 de Agosto de 1809, en Quito, la hoguera de la rebelión con las antorchas que cayera de manos del mestizo.

El título de precursor de la independencia, con que se distingue a Espejo, es justo y cierto. Pero como todos los precursores, no alcanzó a ver la luz que encendió en medio de las tinieblas ni la obra construida sobres su sacrificio y su dolor.

Sus días finales

Como prócer de la emancipación americana, alcanzó el heroísmo más supremo. Su larga prisión de agitador y revolucionario llegó a consumir su cuerpo material, si bien la llama de su espíritu creador lo mantuvo íntegro hasta el último, haciendo desde la prisión, defensa desesperada de sus derechos humanos.

Por ello se constituyó en el blanco de las persecuciones y de los odios de parte de los personajes de absolutismo.

Casi consumido por la presión y las cadenas, Espejo salió del hospital San Juan de Dios, licenciado para morir en los últimos días de diciembre de 1795.

Como escarnio a su origen humilde ante los prejuicios y convencionalismo sociales, fue enterrado en el cementerio de los indios, en El Tejar. Así se apagó como una lámpara votiva, la vida luminosa del luchador irreductible Eugenio de Santa Cruz y Espejo, tomando camino de la inmortalidad.

Roque Rivas Zambrano,
periodista y docente.

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En estos tiempos de levantamientos indígenas, Espejo, ese precursor de nuestra independencia, nacido de sangre india, se vuelve más actual que nunca.

Roque Rivas Zambrano, periodista y docente.

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