Mi madre, Délfida, junto a mi hija Natalia (septiembre de 1989).
La recuerdo sentada frente a la máquina de coser, elaborando
prendas de vestir para sus hijos. La miro en la cocina preparando caldo de
gallina criolla, o verde asado con suero blanco. La memoria me devuelve su
imagen rayando el maíz para hacer tortillas o el pan seco que tanto me gustaba…
Mi madre era una maquinita imparable: la primera en levantarse y la última en dormir. Délfida, así se llamó. Su padre (mi abuelo) era un comerciante importante de Chone. Entre las décadas del 50 y 60 estaba catalogado como el mejor mercader del pueblo. Su primogénita -mi madre- se enamoró de Roque -mi padre-, un campesino y ganadero del lugar. Se casaron en 1948. Tuvieron 13 hijos (6 mujeres y 7 varones).
Mi madre era una maquinita imparable: la primera en levantarse y la última en dormir. Délfida, así se llamó. Su padre (mi abuelo) era un comerciante importante de Chone. Entre las décadas del 50 y 60 estaba catalogado como el mejor mercader del pueblo. Su primogénita -mi madre- se enamoró de Roque -mi padre-, un campesino y ganadero del lugar. Se casaron en 1948. Tuvieron 13 hijos (6 mujeres y 7 varones).
Délfida vivió 66 años. El cabello se le llenó de canas y las
arrugas poblaron su rostro. Medía alrededor de 1,65 centímetros y pesaba 140
libras. Era una mujer alegre, feliz, dichosa y de una energía inagotable.
Bromeaba con sus hijos, que se enfermaban con una frecuencia desconocida para
ella.
-“Yo no los parí, los cagué”, decía, mientras se ahogaba en
risa.
Ella no conocía de hospitales, ni de médicos, ni clínicas,
ni de pastillas. Sus remedios eran proporcionados por la naturaleza. Nunca
estuvo presa en un cuarto de paredes blancas y camillas duras… Hasta que llegó
el cáncer. Un día fui a visitarla y mis hermanos me dijeron que estaba en la
clínica. El médico dijo que no era nada grave. Regresó a la casa, pero pronto
volvieron los dolores.
La traje a Quito. Aquí, un médico, que hacía diagnóstico
a través del iris del ojo, pronunció las palabras más duras: “No hay nada que
hacer. El cáncer es avanzado. Es muy tarde”. Mi guerrera, mi héroe, mi madre,
había perdido la guerra sin pelear ni una sola batalla…
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